Anda el corral como anda, así que no es extraño que a José Antonio Monago le haya caído la del pulpo con lo de sus viajes a Canarias. Lo que antes se admitía como normal ahora es causa de los mayores escándalos. Los senadores y diputados pueden viajar libremente por todo el territorio nacional en el ejercicio de su cargo. Ni es nuevo, ni es excepcional. De hecho, disponen de una tarjeta que, además, les cubre desplazamientos en taxi hasta un límite de 3.000 euros. En el caso de los eurodiputados, hace no mucho el Parlamento europeo disponía de un avión guagua que los recogía por toda Europa y los dejaba en Bruselas o Estrasburgo. Abierta la veda de los cargos públicos, ya todo se convierte en munición para la cacería. Los políticos han denigrado tanto su dedicación, han manoseado de tal modo los privilegios de la casta, que han convertido un instrumento fundamental de la democracia en una desgracia. Ostentar un cargo público ha pasado de ser un privilegio a una maldición de la que ya muchos escurren el bulto. Es verdad que hacía falta poner en su sitio a quienes entendieron la política como un longevo oficio de beneficios. Pero en este país pasamos siempre de un extremo al otro. Nos pasamos de tolerantes o de estrictos. A Monago le han disparado primero para preguntarle después. A saber de dónde vino el tiro. La explicación de los viajes que ha dado el PP de Madrid no se sostiene. Es tan burda que parece hecha a posta para jeringar al extremeño. Y al PP de Canarias le han hecho un nuevo desaire. Nadie les advirtió de que tendrían que poner la cara por otra metedura de pata. ¿Y? Pues nada. Una conjunción copulativa.