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por qué no me callo >

2015 – Por Carmelo Rivero

   

David Foster Wallace, el escritor yanqui maldito malogrado a los 46, dejó una novela póstuma, inconclusa y astringente, El rey pálido, la cual daría para hablar de Montoro -que oposita a ministro maldito-, pues la trama sucede en una apartada delegación de Hacienda del Medio Oeste norteamericano durante la bostezante vida insípida de sus burócratas funcionarios. El título -y cierta descomposición análoga de país- sirve de muletilla para acusar recibo del discurso de nuestro rey pálido -cortar la corrupción hermanada de raíz- y del balance de Rajoy, fiel al sistema que se le deshace en las manos. España y el rey, como la Iglesia y el papa, dos estados de voluble moral, “muriendo de costumbre y llorando de oído”, como en el verso desmotivado de Vallejo. Todos los días valen lo mismo, pero los que restan para amortizar el año son muy crepusculares y suyos y valen doble por temor a sorpresas. Nada impedirá, sin embargo, que este último soplo -polvo- de 72 horas se queme “en el halo de fuego”, como en el acto epifánico y nocturno de amor según José Ángel Valente. Algunas dimisiones que se endosaron a 2014 echaron leña al fuego, por cierto. Torres-Dulce tiene a su amigo Garci para hacer la película de los hechos. Todo es un juego de palabras y de tronos, y el rey es el que sale mejor parado en las encuestas. La novela de Wallace habla de un modelo social consumido como el nuestro en el aburrimiento más prosaico. Pocas cosas quedan claras sobre el final de la crisis, en nuestro caso, pues viene un año electoral que sienta al Gobierno en el banquillo con derecho a mentir en defensa propia. En un coloquio reciente sobre el español escrito en Canarias (“ustedes vs. vosotros”), Víctor Ramírez invocaba la “contienda de la palabra”. Tener palabra, se decía antes, pero se echa en falta la “libertad de la palabra”, que diría Juan Manuel García Ramos. Vienen días de narcolepsia y abstención. Todo abunda en desencanto -hablando de palabras-. La marcha de Alfonso Guerra -en el 82, los socialistas eran los demiúrgicos podemos del cambio- contrasta con la insaciable sed de Esperanza Aguirre por volver a la arcadia de Madrid por la puerta de la alcaldía. No así, el paisano Manuel Fernández -diputado inexorable que se bastaba por sí solo como el faro de Orchilla-. ¿Será 2015 más novel o más Túnez, cuyas urnas han elegido presidente al casi nonagenario Essebi, tras la revolución de los jazmines de la trunca primavera árabe? ¿Y las Islas harán las paces con Madrid y viceversa, o -como añadían los narradores en el debate sobre nuestro dialecto- hablaremos la misma lengua, mas no el mismo idioma? Vosotros, ustedes.