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Cada cinco minutos – Por Jaime Rodríguez-Arana

   

Cada cinco minutos muere en el mundo un cristiano a causa de ser perseguido por sus convicciones religiosas. Se trata de un triste registro dado a conocer por el Centro para el estudio del cristianismo global en los Estados Unidos que pone de relieve que a pesar de los pesares, a pesar de estar en el siglo XXI, muchas personas en todo el mundo, especialmente en Irak, Siria, Nigeria, Camerún, Sudán, Pakistán, Somalia y Egipto, sufren vejaciones y humillaciones sin cuento por practicar su fe.
Es decir, cada año son asesinados 100.000 cristianos por sus creencias religiosas en todo el mundo. El dato, que pone los pelos de punta, no es conocido ni es objeto de comentario en los medios de comunicación ordinariamente porque resulta que se trata de algo políticamente inconveniente, que es mejor que no salga a la luz, que quede oscurecido por otras cuestiones que se juzga más interesantes. En estos países, especialmente, los cristianos, en efecto, suelen sufrir toda clase de linchamientos. Desde la expulsión de sus hogares hasta, hasta la cárcel, pasando por el asesinato y la lapidación.

Incluso no pocas veces son ajusticiados durante la celebración de funciones religiosas en la misma iglesia o templo, que en ocasiones es incendiado. Además, esto sí que se conoce mejor, las niñas son violadas, esclavizadas sexualmente y obligadas a contraer matrimonio por la fuerza.

Las libertades y los derechos fundamentales de las personas están seriamente amenazadas en muchas partes del mundo, sobre todo en los países en los que oficialmente se persigue a los seres humanos a causa de sus creencias religiosas.

La constatación de estos brutales atentados a la dignidad de las personas debería conducir a las Naciones Unidas a actuar urgentemente para evitar que siga esta escalada de violencia contra las minorías religiosas.

Es menester abrir algún observatorio sobre esta cuestión para conocer estos crímenes y que se puedan perseguir ante el Tribunal penal internacional. La justicia universal, de la que tanto se habla en este tiempo, bien podría actuar en estos supuestos. Casos en los que la soberanía de los Estados no puede erigirse en un muro que impida la acción de la justicia. Por una razón muy clara que se debe difundir con más fuerza: la soberanía real, no es la de los Estados, es la de la dignidad de cada humano, que se yergue, omnipotente y todopoderosa, frente a cualquier intento del poder, público o privado, por lesionarla o atacarla.

Mientras continúen estos atentados a la dignidad del ser humano, como tantos otros que están en la mente de los lectores, el imperio del derecho y de la justicia seguirá siendo una quimera frente a la inactividad de quien pudiendo se mantiene de brazos cruzados.

Después de lo que hemos visto en el pasado, va siendo hora de que se detenga esta sangría de asesinatos en tantos países. No puede ser.

*catedrático de derecho administrativo
@jrodriguezarana