Flores frescas, cuchicheos y elogios en alta voz en una mañana de sábado en el Santuario Diocesano de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Nuestra Señora de las Angustias Coronada (o la Hermandad de los Gitanos) que, desde hace un mes, suma un incentivo a la visita, la sepultura de María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay. Un guía informal que, por propina, orgullo o gusto, ilustran o chafan el paseo de cualquiera, detalló los nombres y méritos de la XVIII Jefa de la Casa de Alba, tercera fémina con tal dignidad y titular de ocho ducados, dieciocho condados, diecinueve marquesados, un condado-ducado y un vizcondado; doce condecoraciones oficiales, veinte títulos sociales y seis premios de prensa rosa; y lo sustantivo, la octava fortuna española, según Forbes que, en la letra chica de su informe, cita la parca filantropía de los potentados ibéricos. Con nostalgia intencionada, el cicerone resaltó la fecha del óbito -“El 20 de noviembre, ¡nada menos!, como Franco y José Antonio”- en busca de complicidad y, luego, en la visita al Camarín de la Virgen, se volcó en elogios hacia las telas de Raúl Berzosa sobre los Siete Dolores de María, “regalo de doña Cayetana, que también ayudó a acabar el templo”. El voluntarioso acompañante se esforzó en arrancarme una opinión que, en algún momento, estuve a punto de dar si él, con su cháchara incontenible, no lo hubiera impedido. Entendió, eso sí, que la fallecida aristócrata me caía bien por el sano ejercicio de la libertad, por hacer lo que quiso y por sus amores a contracorriente y me adscribió a su causa.
“Usted piensa como yo”, me largó como prólogo de un repaso de la rancia familia para volver a la protagonista de las exequias solemnes y multitudinarias. “Gran persona y generosa como nadie -fuera de ese rincón trianero y las cuestaciones y actos benéficos, nadie concretó la generosidad de la difunta- y aquí está, con nosotros para siempre y entera, como debe ser, porque algunos querían compartirla con Madrid… Bueno, es un decir”, y señaló la lápida que cubría el nicho y la urna cineraria. La mañana continuó con tapas y finos y unos amigos, antiguos compañeros que disfrutan los ritos sevillanos y que, desde sensibilidades e ideologías distintas, también me hablaron del funeral del año, unos para censurar, sin acritud, los fastos y otros para reprochar ausencias.