Parece lógico que a Blesa y a Rato no les salieran las cuentas tras el minucioso saqueo de Caja Madrid y Bankia. Con la inepcia profesional, los créditos locos a los amigos del ladrillo, las inversiones disparatadas, las tarjetas black, las brutales remuneraciones e indemnizaciones a los directivos, la financiación de los delirios megalómanos de los polÃticos del PP con mando en plaza, las pedreas repartidas entre los polÃticos de otros partidos, sindicalistas y empresarios, y con el mirar para otro lado de los órganos de inspección y reguladores, Banco de España y CNMV, se quedó la caja temblando. Se falsearon las cuentas en la salida a Bolsa del banco fallido porque no cuadraban, ni aun después del robo masivo a los clientes mediante las estafa de las Preferentes y de las Subordinadas, de modo que habÃa que rebañar hasta el hueso el ahorro popular y lo que quedaba del modesto patrimonio de los trabajadores y los jubilados con acciones que valÃan, si se me permite la expresión, una mierda. A los destructores de las Cajas no les salÃan las cuentas, pero ahà andan, libres aunque con la sombra de CaÃn, como un fétido aliento, cosida a la espalda, y también sus continuadores, sus ocultadores, sus cooperadores, sus consagradores, sus cómplices, pero quienes no andan son las vÃctimas del monumental despojo a quienes los Tribunales de Justicia van dando la razón, uno a uno, gota a gota, caso a caso, que siempre tuvieron. Acabo de recibir una llamada que me informa de la muerte, anoche, de una de esas decenas de miles de vÃctimas: Paco, 50 años, uno de los que cada jueves se manifestaba en la Puerta del Sol, empleado de la Agencia Estatal de MeteorologÃa. HabÃa ganado su demanda contra Bankia y habÃa recuperado sus ahorros, pero bastó que se relajara un poco entonces para que la tensión y el sufrimiento acumulados cursara en el infarto que lo ha fulminado. No es el primero. Se trata, éste de la confiscación de los bienes de las personas a punta de golferÃa y decretos, de un robo con resultado de muertes. Las cuentas de Bankia. Todo estaba podrido en el corazón de esas torres torcidas, y el hedor que desprendió al estallar sigue, con la anuencia del Gobierno, destrozando a la gente.