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El domingo que murió Fernando – Por Fran Domínguez

   

Hay días que no se te olvidan nunca, que permanecen latentes en los vericuetos de tu memoria, y que se agitan cuando alguien te lo recuerda. Y no me refiero solo a esos días señalados que forman parte de tu trayectoria vital, si no a otros que por una u otra razón se te quedan grabados casi a fuego en alguna parte de tu ser. Uno de ellos ocurrió hace ya 25 años. Fue un domingo, que pinto gris, aunque tal vez hiciese buen tiempo, pero así lo percibo. Ese día, 3 de diciembre de 1989, fallecía en accidente de tráfico Fernando Martín. Para mi generación, y más si jugabas al baloncesto, un auténtico ídolo: el primer jugador español en pisar las canchas de la NBA. Ahora, algo normal; sin embargo, en esa época competir en la mejor liga del mundo sin ser norteamericano era una auténtica odisea, y Martín, un baloncestista de raza, lo hizo. Tuve la fortuna de ver jugar en vivo a Fernando Martín, aquí, en Tenerife. El Real Madrid visitaba la cancha del Canarias, el Juan Ríos Tejera.

Martín ya había retornado de Estados Unidos, donde no tuvo la continuidad que esperaba en los Portland Trail Blazers, y volvía para vestir de nuevo la camiseta blanca. Ese mismo partido también lo jugó otro grande, y que, cosas del inmisericorde destino, fallecería años después, también en un accidente de coche. Se llamaba Drazen Petrovic. El día en que murió Fernando Martín nos encontrábamos a media tarde un pequeño grupo de amigos, entre ellos Santiago Toste, compañero de este periódico, zampándonos una de esas happy meal que aún hacen en el Palestra -dónde si no, en La Orotava-. Habíamos estado por la mañana en el rastro santacrucero, por aquel entonces ubicado en la avenida de Anaga, intentando vender algunos cómics para sacarnos algo de parné, cuando un conocido se acercó a la mesa y nos informó del óbito del jugador madridista. No me lo creía. No podía ser cierto. El aguerrido tipo que dominaba la zona rival con su característico medio gancho, aquel que veíamos en las portadas de Nuevo Basket, el que se fajaba bajo el aro con el no menos bravo Audie Norris, nos dejaba súbitamente, con apenas 27 años, y con mucho todavía por decir. Un día aciago para los que como Toni y Luis, otros amigos incrédulos como yo esa jornada, amábamos el baloncesto y creíamos que los héroes duraban toda la vida.