Gran parte de la opinión pública se ha indignado o incluso mofado de la tardanza de Antonio López en realizar el retrato de la familia real. El genial pintor hiperrealista cuando fue preguntado por los periodistas se limitó a decir que tuvo que realizar más retoques de la cuenta. En realidad, tardó veinte años en confeccionar una obra que aspira a la condición de la fotografía. Y es que veinte años no son nada,al menos para Antonio López. En realidad, en nuestra sociedad, la lentitud es un valor denostado. Nuccio Ordine en su delicioso ensayo La utilidad de lo inútil recoge un discurso pronunciado por David Foster Wallace quien cuenta la siguiente fábula: dos peces jóvenes nadaban en un lago y se encontraron con un pez viejo, que les saludó diciendo “buenos días chicos, ¿cómo está el agua?”. Los dos peces más jóvenes se miraron con sorpresa y tras nadar un trecho del lago, le espetó el uno al otro: “¿Qué demonios es el agua?”. La explicación a esta fábula estriba en que, por regla general, lo obvio, al fin y al cabo, lo importante no es prácticamente invisible ya que vivimos inmersos en un océano de preocupaciones y urgencias.
Tardar veinte años en confeccionar un cuadro es una postura vital ante el arte y la vida; una enseñanza que nos ofrece López, mas allá de su técnica depurada hasta un paroxismo casi vívido y una familia real muy real, como aquella realidad estúpida captada por el genio sordo de Goya. La postura de López choca porque nos parece inútil y estrambótica y, sin embargo, perdemos miles de minutos, horas que se convierten en años, pendientes a las pantallas en donde la mayor parte de las veces consumimos nimiedades. La urgencia de vivir al extremo pero también de hacerlo de forma telemática, a una distancia prudencial, como el caso de una reciente aplicación por la que podemos visitar el campo de concentración de Auschwitz en menos de veinte minutos y en formato panorámico. El ejemplo del horror a un solo clic; la necesidad de conocer la barbarie como elemento didáctico pero, también, como fetiche morboso. Vivimos demasiado deprisa, a golpe de campañas comerciales: del helado y las cremas solares pasando, meteóricamente, a la calabaza y desembocando en el árbol de navideño con el maquillaje carnavalero puesto. La urgencia reclama su precio que no es otro que el que seamos peces sin tener ni la mas mínima idea de qué es el agua que nos proporciona la vida.