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Existimos para este momento – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Mientras lee este texto, a millones de kilómetros de la Tierra un robot único en su género descansa sobre un cometa y le acompaña en su recorrido hacia el Sol. Se trata de Philae, el módulo de aterrizaje que dormía en las entrañas de la nave espacial Rosetta. Por primera vez en la Historia de la Humanidad, los hombres hemos conseguido posar un artilugio en un cuerpo celeste de ese tipo.

La hazaña astrofísica es comparable a la llegada del hombre a la Luna. Con ella, los científicos han acabado con cualquier tipo de frontera que pudiera haberse establecido entre lo nuestro y lo otro. Los adentros y las afueras de nuestro planeta ya no están separados por la muralla de lo imposible. Si hemos podido posar un robot en un cometa, tras perseguirlo durante años y con la precisión de un artesano, podemos soñar con hacer casi todo.
Mientras vivía al minuto esta proeza protagonizada por la Agencia Espacial Europea, pensé en la Navidad. Dios hizo eso mismo en la noche santa que ya llega: romper las fronteras que separaban el cielo de la tierra, que eran realidades irreconciliables hasta entonces, mundos paralelos sin mezcla y sin apenas relación.

Eso, hasta que llegó “el momento culminante”, dice la Biblia. A partir de ese instante, Dios es acontecimiento humano, el cielo es un más allá que se gesta en este más acá nuestro de cada día. Dios ha roto las barreras para mostrarse y dar sentido a la aventura de vivir. Porque existir no puede ser navegar por un universo con sospecha de infinitud, volando en el espacio profundo hacia ninguna parte, sin importar a nadie y sin futuro reconocible. Andar por andar no es vivir, dice Dios en Navidad.

Vivir es acoger el acontecimiento Dios-con-nosotros. Asombroso, fascinante, turbador. Para no pocos, aberrante, insostenible. Dios hecho carne es motivo de escándalo para algunos, que se niegan a aceptar en esta dinámica de la encarnación el sentido último del universo y de la vida. La Tierra existe, la vida es posible, nosotros existimos… para este momento.

En una noche como la que ya llega, la vida comenzó de nuevo y ahora estrenamos vida cada vez que reconocemos en el niño de Belén la encarnación del proyecto de Dios: hacerse uno de los nuestros para convertir nuestro vagabundear en vida. No hay palabras para explicar lo que sólo en silencio se puede asumir.

Volviendo a Philae, recuerdo también que aquel día había mucha gente a mi alrededor. Casi todos estaban viendo un partido de fútbol y apenas se inmutaron cuando alguien confirmó: “Ha aterrizado. Está sobre el cometa”. Aquella indiferencia me desconcertó.

Pasa lo mismo entre nosotros cuando nos referimos a Dios. El mayor drama de la Historia es que “vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron”. Por eso la noche es negra. Por eso no es Navidad todo el año. Me preocupan menos los que reniegan de la fe que los que nos llamamos cristianos. La indiferencia tiene remedio. Lo que es un cáncer que corroe el cristianismo es olvidar que Dios es acontecimiento, no memoria histórica; que la fe es vida, no arqueología. Ése es el drama que puede malograr la noche santa que ya llega.

@karmelojph