X
por qué no me callo >

Javier Pérez – Por Carmelo Rivero

   

En la barra del Viva María, un Javier Pérez todavía flaco y desconocido me habla como un visionario delante de un batido de vitamina en los felices 80, a pocos metros de mi trabajo en Radio Club: aseguraba que iba a ser capaz de sacar al equipo de la nada y hacerlo grande en aquel siglo XX, y mencionó un sorteo superlativo que tenía en la cabeza, cuyo ganador se lo llevaría todo de una tacada. Esa desmesura sería el signo de su personalidad impetuosa de sueños sin techo. La siguiente escena nos sitúa en el Montecarlo de la avenida de Anaga, de nuevo a dos pasos de la emisora; el club que preside ya es grande, uno de los cinco más poderosos de la mejor liga del mundo, y él, su líder, una voz con proyección mediática nacional. Ya ha cumplido sus sueños, en un viaje relámpago de Rommel a Redondo y de Segunda B a la semifinal de la UEFA. No sabe qué hacer en adelante para superarse a sí mismo. (Eran los tiempos en que Kissinger recurrió a Redondo y el Tenerife como tema de conversación con José Carlos Francisco en Washington). Repite algunos mantras, los mismos ideales de puño y letra, pero había exprimido ya todas las ilusiones de la zumería de Suárez Guerra, y los triunfos se le escapaban de las manos. El tercer momento es el final, al despuntar el siglo XXI, en el sitio de nuestro primer encuentro dos décadas antes (1986-2004), en las inmediaciones de la barra de los sueños del Viva María. Me llama alguien sentado en un banco que no parece él y me alegro de verlo tras su paso por el hospital. No está bien, lo dicen la mirada y la delgadez, sin rastro de su conspicua barriga. Es “un hombre que va a morir”, como dijo el poeta. Y lo sabe. Su último comentario fue una aliteración, “al equipo le falta volver a volar”; el Tenerife estaba en horas bajas, como él sin él, sin lo que representaba tenerle al frente, sin el plus de ambición que ello suponía. Es el tiempo el que pasa volando. Hace diez años de la muerte de Javier Pérez. El mito. Las luces y las sombras de su paso por el fútbol han librado sus batallas y ganaron las luces. Cuando Javier Pérez fichó a Valdano, hace casi un cuarto de siglo, hizo un alarde de audacia. Los directivos se le arrugaron, y los volvió a llamar, uno a uno: “Llegamos tarde, lo quiere otro club”. Entonces, todos mordieron el anzuelo y le dieron luz verde. Heynckes lo respetaba aunque le negara los vuelos chárter al equipo. Quizá Lendoiro tenga razón en que abanderaba la rebeldía del fútbol modesto. Pero, a pesar de sus pecados verbales del 20-0 a la UD Las Palmas o el “comemierdas” arbitral, inspiraba afecto. Soñar a lo grande -sinónimo de Javier Pérez- fue en un tiempo por su culpa la divisa de esta isla.