Se llama Libby Lane, es inglesa y desde el 26 de enero próximo se hará oficialmente cargo de la diócesis de Stockport, a pocos kilómetros de Manchester. La señora Lane sustituirá al reverendo Robert Atwell, que no ha dejado el cargo por razón infausta alguna o por incompetente o por viejo, lo ha dejado porque asciende en el escalafón de la Iglesia Anglicana al pasar a ser el obispo de Exeter. Luego, doña Libby en su lugar y en su posición.
Es cierto que en instituciones como tales (iglesias, sectas…) el inmovilismo y el conservadurismo son la moneda de cambio. Eso ha ocurrido en la Gran Bretaña. La curia vieja no veÃa bien que una mujer ejerciera semejantes ministerios. Cuestión sublime, porque a esos sujetos alcanza considerar a la mujer por la diferencia. AsÃ, por machos, los doctos hombres son los que pueden pensar y actuar en responsabilidad y en lo alto de la jerarquÃa; las mujeres no, porque tienen el cerebro más pequeño y en esas condiciones… A esa actitud, excelencia y cima de la religiosidad, no se la tacha de machista; pero sà de infame y de arcaica. La iglesia tal, entonces, luego de la presión de las religiosas de la Gran Bretaña, cedió al derecho inalienable de las mujeres al sacerdocio. ¿Por qué las mujeres sacerdotes no pueden alcanzar el grado de obispo (¿obispa?) como los sacerdotes?
Cuestión de tiempo, pues; la razón no juega con las excepciones. Asà es que el miércoles pasado el conservador Primer Ministro David Cameron se manifestó: enhorabuena.
Es posible que desde este lado de la frontera del mundo (creyentes recalcitrantes que somos los españoles, cuna del primer imperio católico de la historia, etcétera) se diga que ese pormenor es fruto de la conveniencia, en pos de manifestar los ingleses a otras confesiones (el catolicismo, el judaÃsmo y no digamos a los musulmanes) asuntos de civilización. Parca lectura, insustancial.
La señora Lane, por un lado, asumió su compromiso de vivir en pareja (en este caso con otro miembro de la iglesia) y el acto supremo de las mujeres, tener hijos, dos en concreto. Y eso no merma su tenacidad, su dedicación, su puesta a punto en la fe y su alta carga en la comunidad. El haber llegado a ser obispa, por otro, lo es por sus valores, por sus méritos, por su trabajo y por su sabidurÃa confesional, no por renunciar a ser lo que es: mujer, esposa, madre, sacerdote y… El celibato aquà no decide, no es una virtud inalienable; ni tampoco su condición femenina arruinó tal condición. Se dice memorable y se suspira por ello; y eso es infausto, porque la libertad y el compromiso no pueden ser presa de la ignominia.
De manera que cuando uno mira alrededor, nos percibimos presos (los creyentes incluidos) de lo ya dicho. Y escuchamos a un Papa progresista que anda en el trance de cambiar la Iglesia. Y sitúa a la mujer en el preclaro techo de la casa, apoyo incondicional de los hombres, no en el frente de una parroquia o en los destinos de esa confesión. Tampoco se le ha oÃdo mentar al calamitoso PÃo Nono, que fue el que inventó esa enseña perniciosa que es la Inmaculada Concepción. De lo cual deducimos el papel católico de la mujer: ni satisfacción, ni realización, ni cometido, ni adeudo. Frente a lo que Libby Lane representa, eso somos: fuera del tiempo, lejos del complot con la cordura.