En la presencia y la memoria, Renacer convocó a un selecto grupo de nombres, unidos por ritos y cantos pascuales, en el Circo de Marte que, otra vez, volvió al sin tiempo de los telones pintados y galas benéficas. Ocurrió en la presentación de Adorad, adorad al Niño, villancicos de variadas procedencias asimilados con naturalidad por la cultura palmera. Maestro de ceremonias por cortesía de Fernando Leopold y Miguel González, respondí al desafío del recuerdo con citas de estricta justicia a Pedro Cobiella, personaje fundamental de la cultura y el deporte de la posguerra que, con Miguel Jaubert y Gabriel Gómez, importó de La Laguna, donde cursaban estudios universitarios, la agradecida costumbre de las rondas nocturnas aplicada inmediatamente a las fiestas de Adviento. Los cantores a lo divino – versión inspirada en los mesteres medievales- fueron los pregoneros de las nueve Misas de Luz y desde la madrugada despertaron a los fieles por las calles del casco urbano y los barrios -y agregaron las ilustraciones sonoras a las eucaristías tempraneras. En una época de graves carencias materiales y espirituales, las rondallas del Salvador y San Francisco, tras su segregación parroquial -y otras que se vincularon a los distintos templos capitalinos, incluidos los de la periferia rural- agruparon a los mejores tocadores de pulso y púa y a los cantantes que sólo asomaban en celebraciones folclóricas.
Ahí aparecen los imprescindibles Domingo González, Garufa, y Andrés Cruz, componentes de la histórica Agrupación Octubre; León Felipe; Agustín Francisco, Francisco Pérez de Paz, Adolfo Plata, Miguel Brito, Ramón Vargas, Juan García, Santiago Fernández, el Rubio, entre otros. A ese compromiso se vincularon también Rosario Gómez, transcriptora de melodías y letrillas foráneas al gusto local, y Elías Santos Pinto, miembro de una saga cultural de largo recorrido, y armonizador de temas corales y autor del brillante Con dulce júbilo, con una delicada estrofa lírica. Dirigida ahora por el exigente Francisco Camacho, esta agrupación busca el rigor en los tiempos y las letras, que es un valor añadido al meritorio rescate de números de los cancioneros originales y las sucesivas aportaciones de creadores isleños que superaron la prueba decisiva de la aceptación del público. Y, además, es la mayor garantía en la conservación y difusión de un género mestizo -e inconfundiblemente palmero-, como siempre me recuerda mi buen amigo Pedro, el mediano de los hermanos Cobiella Cuevas que, por estas fechas, carga con la tenue nostalgia que nos afecta cuando sentimos, mar mediante, los ecos sonoros y el olor de la manteca, la almendra y la canela y el limón de estos días.