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Qué dices de ti mismo – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Anda el personal navegando entre el escándalo y el descojone con las aventuras del pequeño Nicolás. Que si tremendo caradura, que si lo bien que habla, que si es una mente enferma y engreída… Yo sostengo que para que el tal Nicolás florezca como lo ha hecho han sido necesarias decenas de imbéciles a los que le gusta que le acaricien el oído con palabras de alabanza. El chaval se habría quedado en nada desde el minuto cero si no hubiera dado con muchos otros personajillos a quienes se les hinchaba el pecho con las adulaciones, agasajos y lisonjas del chiquillo.

Forma parte de nuestra naturaleza que nos agraden los comentarios positivos. Es algo sano y, en su justa medida, nos ayuda a formar nuestro autoconcepto, lo que pensamos de nosotros mismos. Lo patológico es mendigar valoraciones favorables de los demás o vender la propia integridad con tal de disponer de un coro de lameculos que eleven hasta el séptimo cielo nuestra enfermiza autoestima.

Se da mucho este fenómeno entre los poderosos. Entre los que tienen poder de verdad y entre los que mandan en su coto privado de responsabilidades, sean las que sean. La megalomanía y el narcisismo no entienden de escalas, ni de niveles sociales, ni de responsabilidades, ni de creencias…

Es por eso que contrasta tanto con ese sesgo universal de vanidad la actitud de Juan el Bautista, que hoy nos propone el Evangelio. “Yo no soy el Mesías”, asegura a quienes cuestionan su identidad. Y aún más: “En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Así es cómo se construye la Iglesia de Cristo: con hombres y mujeres que tienen claro su papel de mediadores, de avanzadilla, de testigos y avisadores de la verdad. El que viene detrás de mí, ése es el importante, es nuestro mensaje. Por eso es grande la Iglesia: porque acepta su papel de eterno secundario en esta función tan verdadera que es la vida de cada uno y la Historia de la Humanidad.

La Navidad que ya despunta es una ocasión privilegiada para devolver nuestro ego a su sitio, a ese lugar cálido en el que nos sabemos valorados por Dios por lo que somos, no por lo que aparentemos o soñamos ser; no por lo que presumimos o por las cimas que escalamos hincando el pie en la frente de los que vienen detrás. Los creyentes en Cristo tenemos en nuestras manos todas las herramientas necesarias para elaborar una personalidad sana, para ser un regalo para los demás: nuestro interior se asienta en la seguridad del amor de Dios.

En Exodus, una película prescindible que versiona la salida de Israel de Egipto, el faraón Ramsés se acerca al lecho de su hijo y lo contempla mientras éste duerme serenamente. “¿Por qué duermes tan plácidamente?”, le susurra. Y Ramsés mismo se contesta: “Porque te sabes bienamado”. Ése es el secreto a voces del bienestar de un creyente. De nosotros sólo podemos decir con total seguridad que somos bienamados de Dios. En esa verdad descansa nuestra vida. No tiene sentido fabricarse un mundo de mentiras sólo para adjudicarse el papel protagonista.

@karmelojph