Vivimos tiempos de necesidades. La crisis, con sus inevitables secuelas de paro y empobrecimiento, se deja sentir por doquier, pero es más visible entre las capas populares de bajo poder adquisitivo o en aquellas otras que han caído en la exclusión social. Pensando en los más desfavorecidos de la sociedad, en estas fechas de tan destacada incidencia familiar se organizan colectas de variada índole, sorteos, cenas de caridad, recogidas de alimentos y juguetes; en suma, actividades que tratan de allegar recursos para quienes necesitan la solidaridad de todos. Tengo la impresión de que, por formación, por educación o por sensibilidad, en muchas familias se respira un clima cada vez más sensible con los derechos humanos y con la dignidad de las personas. Este sentido social y cívico despierta un aspecto compasivo y hasta afectivo hacia quienes menos tienen, para ayudarlos y para que perciban que no están solos aunque carezcan de lo que a otros tanto les sobra. Pero, como afirma la doctrina social de la Iglesia, la ayuda se emplea muchas veces con significado equívoco, ya que se confunde caridad con limosna. La limosna es fruto de la caridad, pero no es la caridad. Una sociedad en la que existen muchas carencias y miserias pero se ofrecen abundantes limosnas y ayudas para socorrerlas viene a proclamar en la práctica que en ella se entiende falsamente la caridad, ya que lo que en verdad se manifiesta es la falta de justicia. Una justicia llamémosla social obliga de modo especial a los poderes públicos en la medida en que su misión esencial es la defensa del bien común. Y no contribuyen al bien común, por ejemplo, ni una injusta distribución de la renta, ni una excesiva concentración de la riqueza en pocas manos, ni dejar de prestar la obligada asistencia a los marginados o, aun prestándola, seguir aplicando unas políticas paternalistas que no reducen el campo de la beneficencia. Para salvar la dignidad de todos y corregir los males sociales, la caridad no puede suplantar a la justicia. Bienvenidas sean ayudas, limosnas y caridades para combatir las necesidades de tantos. Pero, para alcanzar un orden social más justo y una mejor convivencia, lo verdaderamente importante es acabar con las causas que dan lugar a la pobreza, el paro y la exclusión social.