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El tratante – Por Claudio Andrada

   

Desde todas las épocas, la figura del tratante se inyecta en las sociedades desarrolladas con la finalidad de acercar o arrimar el ascua a la sardina de los intereses de sus pagadores. Por ello, ser tratante viene a ser lo que hoy se denomina lobbie; eso sí, en el argot más dulcificado de cuantos contenidos repletos de burlones eufemismos pululan desde hace tiempo por estas sociedades modernas en las que la comunicación, lejos de ser un instrumento de veracidad con la idea primordial de informar, lo que hace es precisamente lo contrario. Si resulta que el tema va de basura, se le adorna con el eufemismo de recogida de residuos sólidos o reciclables, aunque en muchas de las ocasiones acaben ambos en el mismo departamento de la porquería (otro eufemismo). Lo mismo parece que sucede en otros ámbitos, tales como en la energía, donde sucede que los lobbies o tratantes discuten sobre la conveniencia o no de usar recursos fósiles (no dicen petróleo) para la producción energética. Son esos mismos tratantes los que adquieren participaciones en la vida pública, en la política, a cambio de prometer llaves que abren unas extrañas puertas giratorias de las que todos los profesionales de la cosa pública jamás han oído hablar, y que si les suena de algo, debe ser de otros partidos, y nunca del suyo.

El tratante es pues, por definición, un mentiroso compulsivo. Un filibustero capaz de vendernos un paquete de ideas y proyectos envueltos en papel de regalo, aunque en realidad lo que contenga sea el más puro y maloliente excremento. Pero esa es la tarea del tratante, que como un vulgar y despiadado marchante de arte que trata de vendernos un Pepito Pérez como un Picasso, no descubre jamás sus cartas marcadas hasta el final de la partida. Precisamente cuando ya hemos depositado la confianza en él. Porque precisamente él es quien se encarga de hacer la publicidad, llevarla a los medios y convencer a los profesionales de la comunicación de que lo que les dice (siempre off de record) va a misa, ya que se trata de una filtración que le hizo un amigo de un amigo que conocía a otro, etcétera. Y una vez que el informador ha mordido la carnada, desaparece sutilmente el tratante para comunicarle a su jefe que el virus de la mentira ya está inoculado en la red y que ya solo cabe esperar.

Lo crean o no, la única vacuna contra este tipo de personajes es la verdad y el rigor periodístico, o estaremos sujetos para siempre a la mentira como destino y manera de hacer las cosas. En estas épocas donde la dignidad se confunde con el orgullo, bueno será identificar a los tratantes de todo tipo y condición, auténticos hacedores de las mentiras y los eufemismos que todo lo invaden.

claudioandrada1959@gmail.com