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EN LA FRONTERA >

Cortar de raíz – Por Jaime Rodríguez Arana

   

El discurso del nuevo rey de España, como era de esperar, se refirió a los temas que más preocupan a los españoles. Las inaceptables cifras del paro, por un lado, y la lacra de la corrupción, por el otro. Dos realidades que mes a mes encabezan el ranking de las principales preocupaciones de los ciudadanos y que, por tanto, debieran presidir y concentrar la acción de los poderes públicos en estos tiempos de crisis.

Dejando para otro día el problema del desempleo hoy me quiero concentrar en varios comentarios del discurso de Navidad de Felipe VI sobre la corrupción. Cortar de raíz y sin contemplaciones esta lacra social. Renovar la vida colectiva y regenerar las instituciones. Afirmaciones realizadas por el Rey que desde luego suponen una profunda sensibilidad en relación con la percepción que tiene el pueblo español tal y como se constata mes a mes en las entregas del CIS.

Para cortar de raíz las prácticas corruptas hay que ir a las causas. Y las causas son bien claras: ausencia de principios y valores en la acción pública, relajación del temple moral en la ciudadanía, y, más en concreto, relajación de los controles en materia de contratación, urbanismo y financiación de los partidos políticos. Por otra parte, la ausencia de democracia real en la vida de los partidos garantiza el ambiente de servilismo y ciega sumisión que caracteriza la realidad interna de la praxis de los partidos en España desde hace algunos años.

Pues bien, en estos aspectos, poco o nada se hace. Por un lado porque quienes deben emprender estas reformas tienen pavor a que su implementación les deje en la calle. Y, por otra parte, porque la separación de los poderes es un camino, para muchos dirigentes, que les haría perder las costumbres de mando y control a que están acostumbrados. Además, no se puede olvidar que las reformas educativas recientes impiden a toda costa poner a disposición de la sociedad personas preparadas, bien formadas, comprometidas con el pensamiento crítico y sensible al abuso de poder y a la arbitrariedad.

Renovar y regenerar las instituciones y la vida colectiva pasa porque a su frente se encuentren personas con cualidades éticas y altura profesional que les permita conducirlas con criterio sin tener que estar permanentemente secundando las más peculiares y a veces inaceptables consignas provenientes de las cúpulas y tecnoestructuras partidarias. Haría falta despolitizar el nombramiento de las altas magistraturas de las instituciones de control, buscar sistemas de selección para estos cargos que garanticen la independencia y, sobre todo, abrir estos espacios a personas que con contrastada experiencia profesional puedan dedicarse a trabajar sin intromisiones e interferencias del poder establecido.

Transparencia Internacional publicaba recientemente su informe de 2014 y uno de los dirigentes en España señalaba que si bien la corrupción no es sistémica en nuestro país, en el ámbito público el grado de penetración es muy preocupante. En efecto, la corrupción pública se manifiesta, además de la constatación de numerosos casos de ilícitos penales y administrativos, en el pésimo juicio que tiene la ciudadanía acerca de los partidos políticos, la institución más desprestigiada del panorama institucional español. Cada día nos desayunamos con nuevos escándalos de corrupción, en unos casos son imputaciones que veremos en qué quedan, pero en otros supuestos se trata de sentencias firmes. Miles de casos, solo una pequeña parte, asoman a los juzgados mientras un reciente informe de la UE nos dice que el 97% de los españoles piensa que la corrupción es general.

Por sorprendente que parezca, mientras que en otros países se juzga y condena a funcionarios internacionales implicados en sobornos en la contratación internacional, en España desde hace 13 años apenas se han abierto 7 expedientes en esta materia. Por eso, las autoridades de la división contra la corrupción de la OCDE, al analizar comparativamente lo que acontece en el mundo, concluyen que España no está siendo, por decirlo suavemente, diligente en este punto.

La regeneración democrática en España es un asunto urgente, más cuando todavía millones de conciudadanos se encuentran en situaciones bien delicadas

En este momento hay varios miles de políticos imputados en causas de corrupción. Muchas de las cuales salen a la luz, no por el celo investigador de las unidades administrativas supuestamente especializadas del combate a la corrupción, sino por vendettas, o despechos conyugales o patrimoniales. Ahí están los últimos casos para quienes los quieran consultar. Si esto es así, como parece, hasta se podría pensar que la corrupción formal es solo una pequeña, muy pequeña parte de la verdadera corrupción que existe entre nosotros.

La regeneración democrática en España es un asunto urgente, más cuándo todavía millones de conciudadanos se encuentran en situaciones bien delicadas. No es sólo cuestión de estrategias, tácticas, medidas y códigos. Es sobre todo una cuestión de educación, de cultura que tarda en calar en la sociedad. Por eso, si seguimos en un panorama general en el que se da por bueno que la empresa está para maximizar el beneficio en el más breve plazo de tiempo posible como único objetivo y que los partidos siguen proclamando que los votos hay que conseguirlos por el procedimiento que sea, no servirán de nada lo que se pueda hacer en este ámbito. La regeneración que se precisa es más profunda, afecta a los verdaderos compromisos y convicciones democráticos. No es la consecuencia de un proceso vertical, sino una exigencia que surge de la vitalidad y temple cívico de un pueblo que dice basta y reclama nuevas políticas y, también, nuevos líderes. Cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción implica actuar sobre las causas y eso, en los tiempos en que estamos, y con los interlocutores y responsables existentes, es bien complicado. Por eso la ciudadanía recela del sistema y en su caso prefiere otras soluciones.

*Catedrático de derecho administrativo
Jra@udc.es