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El ejemplo de Malala – Por Ricardo Melchior Navarro

   

¿Qué mal ha hecho Malala a los talibanes? ¿Cómo es posible que una joven de 17 años haya podido convertirse en la figura de la política mundial de la paz? ¿A dónde nos llevará esta situación? Preguntas como éstas se las formulan, frecuentemente, muchas personas de buena voluntad. Más aún en fechas como las actuales, cuando más reflexionamos acerca del respeto, la tolerancia, la convivencia y, en definitiva, sobre la conducta en la vida. Al iniciarse un nuevo año, reflexionamos sobre las guerras, los odios y las confrontaciones bélicas en el mundo, teniendo siempre la esperanza de que sea el período en el que finalicen muchos de los cientos de enfrentamientos que sufre la humanidad. Pero, lejos de acabar, aparecen nuevos conflictos, disfrazados con el epíteto de religiosos.

Malala Yousafzai es una joven paquistaní, nacida en el valle del río Swat, que a la edad de 15 años insistía en su propósito de ir al colegio. Un día, dos talibanes se subieron a su guagua escolar y le dispararon en la cabeza. Milagrosamente, sobrevivió y tras múltiples y complicadas intervenciones quirúrgicas en Pakistán e Inglaterra, le implantaron una placa de titanio en el cráneo. Sin embargo, los talibanes no se han olvidado de Malala e insisten en matarla. Quieren evitar que siga demostrando al mundo que la mejor garantía para alcanzar la paz, y por tanto la felicidad y la prosperidad, es potenciar la educación y la libertad. A sus 17 años, que es la edad que hoy tiene, ha recibido los premios más prestigiosos del mundo. El Premio Sajarov a la libertad de conciencia, que otorga el Parlamento Europeo. El Premio Simone de Beauvoir, el de la Madre Teresa de Calcuta y, recientemente, el Nobel de la Paz. Ha intervenido también en la Asamblea General de la ONU, por invitación expresa de su secretario general, Ban Ki Moon, a quien entregó una petición, apoyada por cuatro millones de firmas, donde se exigía formación para todos los niños de esta tierra. Su frase: “Un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo”.

Ahora, muchos nos preguntamos, ¿qué será de Malala? Tuve el honor de conocerla en septiembre de 2013. Ella tenía entonces 16 años. Me la presentó con muchísimo cariño, emotividad y orgullo Hillary Clinton. Me pareció una joven muy amable, con mucha bondad y sencillez. Transmitía ganas de vivir y un sereno y sosegado coraje de luchar, valientemente, por la educación, la libertad y la paz para el mundo. Me confesó, entonces, que le gustaría regresar a su tierra, al valle de Swat. Pero, ¿podrá hacerlo alguna vez? En este mes de enero quería presentar su biografía allí, en Pakistán, pero el acto ha sido suspendido por motivos de seguridad. Los talibanes la tienen amenazada de muerte.

Desde aquí, Malala, te deseo muchísima suerte y que disfrutes de todos los merecidísimos reconocimientos y premios. Te queremos mucho y te agradecemos enormemente la valentía, el coraje y el ejemplo que das a todos los políticos del mundo.

*Ingeniero y economista