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Fernando Onega – Por Luis Ortega

   

Juan Carlos I, el hombre que pudo reinar -protagonista y último título de Fernando Onega, Plaza & Janés, 2015- declaró que, medio año atrás, en el momento de su abdicación experimentó sentimientos cruzados, como “la satisfacción del deber cumplido, el dolor de la despedida y el orgullo por el sucesor”. El periodista gallego cumplió el encargo de una crónica personal sobre un reinado de cuatro décadas y, de paso, reparó la imagen de su titular; para ello recurrió a recuerdos propios y testimonios de actores de la Transición, representantes de diez legislaturas democráticas, gestores de autonomías históricas, líderes emergentes de esta hora y, claro está, las declaraciones del heredero de Alfonso XIII que, a priori, parecía la parte más atractiva y sabrosa del pastel. Pero, por políticamente correctos y  absolutamente previsibles, ni el personaje ni el autor aportaron verdades ocultas, confesiones de interés; nada que se saliera del propósito y el guión. De entrada, el monarca emérito recordó dos días decisivos en su biografía: una mañana primaveral de 1969, cuando Franco le comunicó su nombramiento de “sucesor a título de rey”, y el 23-F, el golpe militar “donde la monarquía se jugó su prestigio y continuidad que jamás habría consentido” y donde, desde la suposición, asignó la responsabilidad máxima a su preceptor; “ignoro quién era el elefante blanco, pero todo apunta al general Armada”.

Sobre este asunto, refutó con energía la laboriosa redacción de Pilar Urbano (La gran desmemoria, abril de 2014) que documentaba enfrentamientos con Adolfo Suárez y describió sus relaciones con los presidentes, “siempre buenas en el plano institucional pero con lógicos matices: “tensas con Aznar en varios aspectos”; “no compartí políticas de Zapatero” y “ciertas discrepancias con Rajoy”. Onega desaprovechó la oportunidad para disipar sombras de la política reciente y se entretuvo en publicitar confidencias sobre la personalidad de su protagonista, “cuyas preferencias políticas apuntaban a la izquierda”. En ese rumbo, volvió el reconocimiento regio al patriotismo de la izquierda parlamentaria -González, Carrillo, Tierno- tanto en la asonada de Tejero como en los Pactos de la Moncloa. También se transitó de puntillas por el feo asunto de Urdangarin -“La justicia es igual para todos”, proclamó en un mensaje navideño el anterior jefe del estado- y la obstinación de la infanta, que no atendió la petición paterna ni renunció a sus derechos sucesorios. En fin, una aseada narración del tiempo próximo de fácil lectura. Eso.