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El fin del poder – Por Carmelo Rivero

   

En El fin del poder, el ensayo de Moisés Naím que está causando furor, de Clinton a Zuckerberg, el autor percibe que las riendas de la política y la empresa, ya no concentradas en instancias superiores, se han disgregado en manos particulares, y esos micropoderes, que en ocasiones se curten en las plazas frente a los macropoderes palaciegos, instauran nuevas habilidades, más volátiles y precarias, de control del mundo. A Naím le tocó la lotería -lo dicen los medios- cuando un exponente aventajado de su teoría como el insaciable amo de Facebook (libro de rostros) y del llamado universo social (WhatsApp, Messenger e Instagram incluidos), inauguró días atrás, precisamente, con esta obra un club de lectura algo pedante que propone despacharse un libro quincenalmente entre los socios de su red. En estos días de terrorismo freelance hablamos de lobos solitarios que desafían a los poderes hegemónicos. Antes se renegaba de los tiburones de la globalización. “El poder es cada vez más fácil de obtener, más difícil de usar y más fácil de perder”, predica el autor ante una iconoclasia de líderes repentinos y pasajeros, con su cultura de vértigo y fast food: comida rápida, éxito rápido y poder efímero. Ya hasta los papas se jubilan, y este no será menos, mientras nos sigue surtiendo de titulares, dispuesto a darle un puñetazo a quien se meta con su madre, en sintonía con aquel cabezazo de Zidane a Materazzi por idénticas razones. El papa Francisco rompe los moldes del poder vaticano, a tenor de las premisas de Naím: manda como un cura, sin los modos campanudos de la Iglesia, y reacciona como un barra brava si le mientan a la familia, otra de las instituciones que desprende nuevas formas alteradas de poder.

El papa pone límites a la libertad de expresión -condena las ofensas a Mahoma como los insultos a la vieja-, pero los gobiernos, que han perdido quilates, proceden a limitar en Europa la libertad y los derechos civiles para disimular una frustrante inseguridad frente a quienes hacen la mili terrorista, como la llama Lluis Bassets, en Siria e Iraq (entre 3.000 y 5.000 europeos, según Europol). Es evidente esta muestra de poder diseminado -según el efecto Naím- que convulsiona las reglas de convivencia en el mundo: acojonar por la espalda, como hombres de hielo (del poeta musulmán Ibn Hazm). Pero Europa no es Estados Unidos y no digiere una Patriot Act contra las libertades como hizo Bush tras el 11-S. Aun en guerra, en el lenguaje desprejuiciado de Francia, una cosa es partirle la cara a quien infame a tu madre, y otra bien distinta zurrarle al prójimo antes de que abra la boca, con carácter preventivo.