X
domingo cristiano >

La misericordia es más frágil – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Resulta que me he metido a motorista siendo ya cuarentón. Mi ciclomotor es el primer medio de transporte que conduzco, pues ni las admoniciones del obispo Felipe ni los consejos del entonces vicario Bernardo sirvieron de nada en su día. Que no, que no me gustaba conducir, e hice piña con Gabriel, que ahora es uno de los sacerdotes de La Candelaria, y de ahí no nos sacó nadie. “Por un oído me entra y por el otro me entra”, que diría la tonta. Hasta que fue imprescindible.

Ahora estoy encantado, Gabriel, conduciendo mi jaca por carreteras de 14 carriles repartidos en los dos sentidos de la circulación. Y experimentando a diario un acertadísimo lema que ha sacado la Dirección General de Tráfico: “Las motos son más ágiles, pero también más frágiles”. Yo aplico esta misma consigna a la misericordia.

La misericordia es más ágil que la norma. El que elige ser esclavo de las leyes y de la moral del mínimo esfuerzo, esa que se conforma con el cumplimiento de lo que está escrito, el que así vive pierde un tiempo precioso analizando los pros y los contras, las consecuencias últimas, la repercusión social y personal, el qué dirán, la posibilidad de crear precedentes… La misericordia, no. La misericordia acoge, abraza, ama y luego, ya veremos. ¿Osado?, ¿inconsciente?, ¿irresponsable? Pues no. Al menos, no más que Dios mismo, que por misericordia se hizo hombre para abrazar sin límites esta carne que nos hace gozar y sufrir cada día. Esta carne nuestra, tan marcada por las contradicciones y las dobles lecturas, figura de lo que somos, es el universo en el que Dios se desenvuelve y nos sale al encuentro. Por su misericordia.

Dios fue ágil amándonos sin medida, sin poner límites a las consecuencias. Amó desde aquella noche santa en su hijo Jesucristo y sigue amando cada día en la experiencia de quien siente que recupera la vida porque se sabe acogido, no juzgado. Porque consigue descansar en manos de Dios y experimenta sus entrañas de misericordia.

Esa misericordia nos ha salvado, porque es ágil. Pero también es más frágil. Cuando se ama sin medida, sin echar cuentas, se corre el riesgo que quedar defraudado por la respuesta del otro, se arriesga uno a probar el sabor ácido de la traición.

Es entonces cuando se pone a prueba el corazón del creyente, en el que se enfrentan a muerte las ganas de renunciar a amar y el deseo de parecerse a Dios. Elegir la fragilidad de la misericordia nos hace más personas, porque la ley nunca será suficiente para entender y levantar al que se ha caído. No se ama haciendo cálculos, tomando las medidas al cadáver del hermano derrumbado. Se ama amando. Y luego, ya veremos.

Andamos sobrados de cálculos, en la sociedad y en la Iglesia. Y andamos faltos de la espontánea agilidad de la misericordia, aunque ejercitarla nos coloca en el punto de mira de los calculadores, esos que siempre van a por los que parecen ser más frágiles.

@karmelojph