Como madrileño, me siento orgulloso de ParÃs. Como español, de Francia. Como europeo, lamentablemente, nada de esa Europa de los mercados representada por sus dirigentes en la marcha VIP del domingo. Como ciudadano del mundo, mucho de la variopinta multitud que tomó las calles de ParÃs en defensa de la libertad, de la civilidad y de la concordia, sacudidas y ultrajadas por asesinos medievales. Como persona, orgullosÃsimo de ostentar la misma condición, la de persona precisamente, que cada uno de los Charlies de la formidable manifestación en torno a la Place de la République. Como tantas veces, cosas buenas de España estaban en ParÃs: a la cabeza de la ciudad, representándola, atendiendo a los huéspedes, su alcaldesa, una española, la gaditana Anne Hidalgo, hija de la diáspora, del exilio económico. ¿Qué mejor representación de ParÃs frente a la barbarie y a la xenofobia de doble recorrido? Hasta la bandera estaba la plaza de la República de vecinos de ese ParÃs: franceses, argelinos, españoles, judÃos, tunecinos, griegos, italianos, portugueses, turcos… Todo dios (y todos los dioses, y ninguno sobre otro) estaba allÃ, a excepción de quienes desearÃan convertir ParÃs, Francia, Europa, en algo muy similar al páramo, al erial, que predican sus enemigos: las huestes de Le Pen. También en la gran manifestación del domingo habÃa un mensaje para ellas, que no quisieron oÃr. Pero en tanto la ciudadanÃa del mundo, representada por la de ParÃs, clamaba por la libertad, los ministros de Interior de Europa celebraban cónclave para ver el modo de cercenarla otro poco con leyes y medidas restrictivas que no podrÃan impedir, sin embargo, la fatal compulsión homicida ni de un solo loco. No se pedÃa la guerra en ParÃs, sino la paz, y polÃticos limpios, serios, demócratas, responsables e instruidos que sepan guardarla y protegerla de la violencia y del terror. No un paso atrás, sino muchos, y firmes, hacia adelante. ¿Cómo no sentir orgullo de ParÃs, que tan bien interpreta la música de la libertad?