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El revés y el derecho – Juan Cruz y José Manuel Bethencourt

   

Las listas – Juan Cruz

Saray Encinoso hablaba el viernes aquí de las listas. Cabrera Infante tiene un célebre texto sobre su manía de las listas. Hizo acopio de listas fijándose en la lista de quienes vivían en su edificio de Londres. Resultaba que uno de los inquilinos se llama Inquilino (Tenant). Gay Talese tiene un maravilloso reportaje en el que enumera la lista de cosas que le sucedieron a un edificio gafado de Nueva York por el que pasaba todos los días. Ningún local de comidas funcionó allí nunca, y él los enumeró todos, según su especialidad. La vida no sería nada si no se hicieran lista: uno se alista, o se borra. Una de las cosas más emocionantes que me dijo nunca el poeta Ángel González se refirió a su lista de teléfonos: a su edad, pues ya era muy mayor, la abundancia de muertos hacía que esa lista se achicara. Donde uno nota más el paso inexorable de la vida (y de la muerte) es en esa lista de los amigos, que es la lista más frágil de todas. ¿Por qué perdemos amigos? A veces por azar, a veces por descuido, a veces por el descuido del azar y a veces por el descuido del malentendido. Vas a tener que invitar a Saray, o a alguno de tus jóvenes amigos periodistas, a explicar aquí cosas que a lo mejor ni tú ni yo sabemos. Por ejemplo, ¿serías capaz de enumerar una lista de cosas que no sabes? Yo sólo una cosa sé, y esta es que no sé nada. Hay gente muy fatua, que tú conoces muy bien, tan bien como yo, que se pasa la vida diciendo las cosas que sabe. Qué sabe nadie. Si yo te hiciera mi lista de las cosas que no sé terminaríamos los dos borrachos de dudas… Como aquella vez, ¿te acuerdas?, que nos emborrachamos en el antiguo Jable de San Isidro y tú acababas de asumir que no sólo eras periodista sino que íbamos a ser periodistas toda la vida…

Un buen libro al año – José Manuel Bethencourt

Estoy seguro de pocas cosas, querido Juan, y más si hablamos de periodismo, que es un saber esquivo, como bien conoces. Sí sé por el contrario del talento sutil atesorado en los escritos de Saray Encinoso, una periodista, siempre se lo he dicho, demasiado racional para su aún joven edad. Recuerdo haberla animado hace años a escribir una columna semanal en el DIARIO, todo ello bajo que para mí suponía una credencial inapelable: la periodista Saray Encinoso sin duda se había equivocado de época, pues sus puntos de vista parecían (y parecen) propios de un tiempo anterior, de la efervescencia intelectual derivada de nuestra transición democrática. Conste que todo esto lo digo en serio, en la medida que, me temo, las nuevas hornadas de periodistas (y de políticos, dicho sea de paso) han decidido que la ecuanimidad no forma parte de su equipaje profesional o programático, pues la complejidad es un ejercicio demasiado laborioso como para resultar útil en la era del tuit. ¿Y qué quieres que te diga sobre las listas? Pues que son nefastas, salvo para todo aquello que resulte intrascendente. Disfruto con las listas que me entretienen, como por ejemplo las canciones para festejar un lunes que figuran en los diálogos de un película que adoro, Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000), pero para todo lo demás he optado por no complicarme más la existencia. Pienso una cosa: esta era de hipervelocidad es, al mismo tiempo, una era marcada por la pasividad. De tanto relatar las cosas que nos proponemos hacer, terminamos por no hacer nada, quizá porque, de tan ocupados como estamos con el escaparate, terminamos por renunciar a la mirada interior que toda persona de bien está obligada a ejercitar a diario. Así que los buenos propósitos de cada inicio de año mejor los abandonamos del todo y nos limitamos a hablar con nuestros actos. Conozco a un amigo, se llama Juan Cruz, que escribe un buen libro al año como mínimo. Eso es ponerse a la tarea, con disciplina y sin majaderías.