X
domingo cristiano >

El dolor vino luego – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

El dolor es la realidad más parecida a la muerte que conozco. Cuando duele, el mundo se detiene, la vida hace un paréntesis y pareciera que la noche ha caído para siempre.

Me refiero al dolor físico. Y también al psicológico. Y al moral. Todos son parte de las mismas tinieblas que se desplegaron aquel día cuando nació el mundo y dejó de ser bello casi al mismo tiempo: cuando esos fantasmas entraron en el devenir porque los hombres jugamos a ser como Dios, porque quisimos sustituirlo. Es lo que dice nuestra fe: que en el principio fue la alegría. Y que el dolor vino luego.
El dolor físico que atenaza los despertares de mi hermana desde hace unos meses me ha hecho más sensible al particular universo en el que habitan los que sufren. He comenzado a ver a quienes, más que caminar, se arrastran por las calles, intentando esconder sin conseguirlo que algún mal les consume las entrañas.

En realidad, digan lo que digan los más dados a desencarnarse, el dolor es una putada y yo opino que es un aliado del maligno. Tanto, que nuestro hermano en la fe Job se sintió tentado a reescribir toda una vida de fidelidad a su Señor cuando el dolor irrumpió en sus días. Un dolor que lo rompió por dentro, que fustigó sus resistencias, que decoloró las mañanas, que le hizo temer por la bondad de cuanto existe. “Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba”, dice. Una experiencia que conoce bien la Humanidad doliente.

Una postración de la que Job se levantó fortalecido sólo porque el recuerdo de su intimidad con Dios le sirvió de coraza en los días tristes, le puso en pie para echar en cara a Dios el sinsentido de la fealdad extrema en un universo nacido para encandilar por bello. Eso hizo Job, pero la mayoría no lo consigue: se rompe en el intento, reniega de cuanto existe en el más acá y de cuanto le han dicho que vive en el más allá.

La Iglesia existe para estar cerca de estos que se derrumban o que, al menos, pierden el equilibrio. Existe para ser “los ojos del ciego y los pies del cojo”. Es la expresión que el Papa Francisco ha tomado prestada del propio Job. Servir al hermano que sufre, estar con él, salir de sí mismo para ir hacia él. Ser solidario con el que sufre sin juzgarlo. Ésa es la curación que encomienda Francisco a los creyentes ante la cercanía de la Jornada Mundial del Enfermo, el 11 de febrero.

Para eso servimos los creyentes y los hombres de buena voluntad. Para romper las cadenas que atan a quien el dolor de cualquier tipo le impide ver el mañana. Y se puede. Vaya si se puede. Como Jesús con la suegra de Pedro, como el doctor Alayón, como mi cuñado Samer y sus amigos, como Dayana, como el jefe de mi hermana, como Gabriel… Nada está perdido mientras no nos rindamos ante la muerte. Lo sabe bien Job. El impaciente Job, maestro de creyentes.

@karmelojph