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Fútbol y política – Por Fran Domínguez

   

El acto de destitución de un entrenador de fútbol va envuelto casi siempre en un particular halo que recuerda en las formas, que no en el fondo -si bien no de manera tan marcial, afortunadamente-, a lo que hacían los endiosados emperadores romanos, los pérfidos basileos bizantinos o los huidizos reyes persas cuando finiquitaban a su hombre de confianza, acaso un ambicioso prefecto de la guardia, un liberto promocionado o un abyecto sátrapa. Antes de que estos pasaran a mejor vida, los halagos y las palabras lisonjeras, así como algunas prebendas de última hora, solían ser la antesala del fatídico final, ora con un puñal saliendo oportunamente de una enorme cortina ora con veneno en el plato del comensal tras una opípara cena, y eso en el mejor de los casos. Salvando las distancias cronológicas y temáticas, y obviando mi tendencia a la hipérbole, lo cierto es que no hay mejor sentencia para que echen a un técnico que unas palabras de apoyo del presidente de turno unos días -o incluso unas horas- antes del cruel desenlace: “Tranquilo, míster, vas a seguir, confiamos en ti” (o lo que es lo mismo: querido amigo, me parece que te vas buscando trabajo porque de lo contrario soy yo al que largan…). En el fútbol se obra como en la política -da igual la época-, y en la política se obra como en el fútbol, como precisamente estamos viendo en estas jornadas precarnavaleras. Los que se hartan de propalar que el balompié es solo un deporte, luego son los que recurren a otros argumentos.

Así, el presidente de uno de los clubes más importantes del mundo, imputado por la Fiscalía por la presunta comisión de un delito de fraude contra la Hacienda Pública en el fichaje de un jugador, lejos de amarrarse los machos y dar explicaciones, ufano, no se corta ni un pelo y dice que todo es fruto de la política, de una “factura política”. O sea, según su peculiar cosmovisión, la imputación judicial por unos hechos que pueden ser delictivos nada tiene que ver con pagar al fisco lo que supuestamente se le debe; se trata, por el contrario, de una mera cuestión política, o peor aún, de una conspiración judeomasónica en el que, claro, el agraviado y víctima no es el presidente mismo, sino el club, los socios, el país y el sursuncorda si me apuras… A la política le va de maravilla el fútbol y al fútbol le viene como anillo al dedo la política. Una pareja de conveniencia que se acuesta sin complejos en casos de necesidad.