La historia del llamado diluvio universal ilustra una de las controversias más estériles e innecesarias entre creyentes no ilustrados y presuntos expertos en todologÃa. Que si es cientÃficamente imposible un fenómeno de tal magnitud, que si diversas culturas ya contaban con textos idénticos antes de que Israel lo copiara, que si todo ello es una prueba de la radical falsedad del Antiguo Testamento.
Al final, lo que sucede es que se junta el hambre con la necesidad. De un lado, una gran proporción de creyentes no ha leÃdo jamás algo serio sobre la manera en que se escribieron los distintos libros de la Biblia, lo cual les convierte en carne apetecible para las sectas, los caballeros del Cuarto Milenio y toda suerte de iluminados. Y del otro, proliferan como higos de pico los tertulianos omnipresentes que, después de repasar el Muy Interesante, son capaces de deducir de una presunta última hora pseudocientÃfica hasta el origen de la peste negra.
Bah, aburrido hasta el infinito. Hoy leemos en los templos ese pasaje que narra la epopeya de Noé y su ejército de bestias de toda especie, incluidas las humanas. Se trata, como bien sabemos, de un texto cuya base narrativa comparten varias civilizaciones. Es un cuento, un relato con enseñanza, que no pretende la fidelidad histórica ni cientÃfica, sino transmitir con bellas palabras una verdad de fe.
¿Mentiras en la Biblia? Pues no: lo que hay es el reflejo de una forma de ser y hacer radicalmente enfrentada con la que impera en nuestra cultura actual. En aquel entonces, el pueblo de la Alianza y el resto de pueblos usaban la Historia y la vida toda para releerla en clave de encuentro con Dios. No mienten, pero tampoco buscan verdades cientÃficas: lo suyo es subrayar el cuidado de Dios sobre todas sus criaturas.
Porque ése es el mensaje del texto del diluvio: que Dios no abandona a su pueblo ni aunque los hombres le hayan aparcado en el quinto pino a la derecha. Que el Señor conoce el corazón de sus hijos, que la verdad que hay en ellos no se le escapa, que nunca dejará de socorrer a quienes ha llamado a la vida. Por eso, ni la peor de las catástrofes acabará con la historia de amor que un dÃa inauguró con sus criaturas.
El futuro de la Humanidad es un arcoÃris, no una tumba de agua. Ni el peor escenario imaginable -la desaparición total de cualquier escenario en el que vivir- apartará a Dios de los hombres, ése es el mensaje. Junto a él, también importante, despunta la verdad ecológica de nuestro Dios, que junto a los seres humanos rescata al resto de vivientes: animales y plantas.
Los creyentes estamos de cuarentena, camino de la Pascua. Nos anima a mejorar este mundo, que nunca será destruido, saber que Dios es el primer interesado en conservarlo.