X
por qué no me callo >

Ruido – Por Carmelo Rivero

   

Suspender, aun cautelarmente, los mogollones del Santa Catalina no es ninguna bagatela, y aquí, en Santa Cruz, una cruzada vecinal semejante tuvo en jaque a la reputada fiesta del pueblo, en la que fueron fecundadas generaciones de chicharreros jacarandosos concebidos en la febril estridencia del Carnaval nocturno y que perpetuaron de suyo cierto culto al decibelio y el cuba libre con ron Arehucas. Así que febrero se vuelve entonces el mes más cruel, en lugar de abril en el célebre poema de Eliot (La tierra baldía) sobre el entierro de los muertos. Aquella Europa de las guerras, esta del tiberio de la crisis. Lo implacable de febrero es que ese detonante de la inmolación de don carnal va cobrando cuerpo y sumando adeptos. Hoy, al día arraigado de la Patrona -cánones que calan en la sociedad, como jurar o no delante del arzobispo ortodoxo en Atenas-, se suma el espíritu licencioso y profano de un mes que tradicionalmente considerábamos carnavalero hasta la médula y que desmerece por su hiperacusia y otros percances. De modo que los Carnavales definen el mes y lo demonizan. Es el ruido y las desgracias, el pandemónium de los quioscos, en efecto, y la gala de Saida. Y ha vuelto el viejo ruido de las letras con escándalo. Si la Fufa en los setenta se las vio con la censura por los huevos de alacranes, del maestro Mingorance, esta vez retiró del repertorio la canción tildada de homófoba. Ernesto Cardenal, que ya calza los 90, cuenta la historia de un ministro que en Cuba perseguía sin tregua a los homosexuales pese a ser gay. La interiorización del estigma lleva a esos extremos, lo que explica que el concejal Florentino Guzmán tratara de disuadir a la murga decana de pregonar las muletillas barriales sobre lo apodos vejatorios del colectivo de la polémica. Una disputa que degeneró en riña de hashtags entre Je suis Ni Fu Ni Fa y NoSoyTuBurla, mezclando churras con merinas al calor de la barbarie contra la libertad de humor en París. Todo este ruido desmoviliza, y el Carnaval portuense que se hermanaba con el de Düsseldorf cuando Alemania era Willy Brandt, y el de Santa Cruz con el de Río de Janeiro cuando Anchieta aún no era santo, ha pasado a un estadio de baja intensidad, que restringe su impacto en Fitur. Somos únicos tirándonos piedras sobre nuestro propio tejado, y un buen día convertimos las saturnales en un monográfico entierro de la sardina, nos merendamos más de doscientos años de carnavales en el ADN del populacho -hoy Las Palmas, mañana Santa Cruz-, y al día siguiente repudiamos el turismo porque nos colmata el terruño y altera la paz. ¿Por qué Cardona no hizo una consulta popular sobre el mogollón? Tiene un pase.