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Las últimas seremos las primeras

   

Por Ana Martín

ANA MARTIN-periodista

PELO SUCIO, CARA LAVADA

El mejor termómetro para saber si las cosas que me preocupan son estupideces -lo que cada vez sucede con más frecuencia- es mi amiga Ce.

Mi amiga Ce es directora de un departamento muy importante en una empresa de comunicación puntera, con presencia en varios países.

Ha llegado a la cima por el poco común procedimiento del mérito propio y el trabajo bien hecho y es, además, producto de la educación pública, cuando era pública y era educación. Así que a veces le asalta el temor -a quién no- de que un aciago día cualquiera de sus compañeros de la cúspide la descubra y, señalándola con su dedo acusador entrenado en varias universidades privadas, le diga: “tú, impostora, ¿qué haces en ese despacho tomando decisiones y hablando idiomas? Vuelve a tu barrio periférico de donde nunca debiste haber salido”. Bien. Ya hemos hablado suficiente de Ce. Hablemos de mí.

Como digo, cuando quiero saber cuán importante es un tema para la conservación y desarrollo de la vida en este planeta se lo explico a Ce.

Ella casi siempre se ríe con/de/por mis cosas. Pero según el compás, ya voy notando yo si mi planteamiento es, efectivamente, una pavada o tiene su enjundia.

La última vez que hablamos, hace apenas una semana, en medio de una conversación sobre lingüística cognitiva -llámennos frikis si se atreven- abordé, por sorpresa, mi enorme preocupación sobre las últimas tendencias estéticas.

Parece ser que se lleva el pelo con aspecto sucio. Y, a la vez, se lleva el efecto cara lavada. Esta esquizofrenia que es el signo de nuestros tiempos me ha ocupado, como poco, dos o tres tardes de reflexión. Me he interrogado y sometido al tercer grado a ver si me cuento a mí misma cómo es que estoy dispuesta a perder el tren de lo cool. Porque lo de la cara lavada sé fingirlo. Pero lo del pelo sucio es un “no” rotundo. Una patada enorme a mis más arraigadas convicciones. ¡Cómo me gustaría ser de esa generación a la que le importa un pito lo que piensen sus semejantes! Esos jóvenes y jóvenas que llevan las modas al extremo, sin reparar en si les sobra o les falta tela, carne o sentido común… Pero yo, hija de la transición, de la culpa heredada y del qué dirán, ¿cómo voy a ir yo por la calle fingiendo vilmente que llevo el pelo sucio? ¿Y si resulta que nadie más (excepto Cara Delevingne) ha leído que eso es tendencia y la gente piensa que está sucio de verdad? ¿Cómo se sabe hasta qué punto exacto de falsa suciedad ha de llevar una su melena para que ésta sea trendy? ¿Y si, de repente, pasa de moda y nadie me lo comunica y entonces, además de parecer una puerca, estoy totalmente out?

Introduzco estas reflexiones, hábilmente -así soy yo, fresca, imprevisible- en medio del diálogo y, delante de un café humeante, esperando que Ce emita su veredicto.

-¿Eh?

Me mira. La miro. Hace frío en la calle. Pasa una mosca. Pasa un camarero hipster sin intención de recoger un solo vaso. Pasa un ex al que hace años que no veía. Pasan lo que parecen ser varios segundos.

-¿Eh? (Repite)

-Nada. Que si eres más de Chomsky o más de Lakoff.