Ante tanto ataque de plus de autoestima, de ego, de histeria, de campos anegados, de corrales aislados por la nieve y de tanto canto rodado, surgen nuevas enfermedades del cerebro; la ajusticitis y la historicitis. Frente a este tipo de males, algo de calma vendrá bien para propiciar lo que hace tiempo viene haciendo falta. Necesitamos un mínimo común múltiplo para hacer frente al enorme instante en el que nos tiene sumidos el desconcierto procedente de esta realidad a la que algunos ven medio o casi llena, y otros la vivimos casi vacía. Una buena idea del profesor Innerariti. Por más que intenté explicar la idea, preferían las peleas. La formación política de la que fui parte era más amiga del cuerpo a cuerpo que de un consenso básico. Llama la atención como poco tiempo después se abrazaron “in saecula saeculorum, amén” con cecé. Todo empezó así; Pérez y sus acólitos abrazados a Paulino, en el otro escalón Abreu empezó primero a la vera de Melchor, y luego a la de Alonso. Como no podía ser de otra manera, el resto en cascada. Meses antes pasaban a cuchillo al que mentara la sola idea de acercarse a alguien de cecé, para qué decir al ex alcalde, que curiosamente era el único monstruo de la coalición, el resto casi igual de puros que estos. Cosas de la historia. Piensan más en atender su tracto interno que en crear un programa sugerente, digamos hamelíntico, que atraiga a la ciudadanía socialista y afines. ¿Recuerda al flautista de Hamelín, pues un cuento así? Seguiré a Gabilondo, algo de metafísica me hará bien. El otro día en uno de mis matutinos ratos de lectura encontré a alguien interesado en el proceso de encontrar algo moderno a través de algo realmente histórico, yuxtaponiendo ideas. Estuve dándole vueltas, pensé en gentes que sueñan y viven sumidos en la historia, a la que sueñan restaurar. Hoy, volver al pasado es imposible, lo sabio es estudiarlo para afrontar el futuro. Sucede en todos sitios, la pasión de los que he dado en llamar “sabios locales universales”, gentes de bien y educadas que adolecen de la necesaria calma para aceptar la actualidad. Esto en lo que hace a la historicitis. Lo de la ajusticitis es más grave mal, proviene de tiempos feudales, en los que un tal Blas, señor de los de horca y cuchillo al que gustaba avasallar e imponer su capricho. ¿Le suena un puro y pío leguleyo de por estos lares? Pues, dijo Blas, punto redondo. ¡Lea, piense, sea libre! Por cierto, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.