Murió sin saber que la ciudad descubierta, entre 1845 y 1851, en la actual y castigada Irak no era NÃnive sino la villa administrativa, fundada por el rey Salmanasar en el siglo XIII antes de Cristo y luego ampliada, con infraestructuras y monumentos, sobre una meseta de unas cuatrocientas hectáreas, elegida por Asurnasirpal II para establecer su corte. Francés de nacimiento y origen, Layard (1817-1894) sirvió a la diplomacia del Reino Unido y fue, entre otras muchas ocupaciones, un arqueólogo esforzado y, paralelamente, un buscador de tesoros ajenos para el Museo Británico del que acabó como administrador principal. Su famoso hallazgo le dio para un error de atribución y dos libros, uno con magnÃficas ilustraciones, en torno a la fastuosa Nimrod, en cuya inauguración en el año 879, se juntaron setenta mil personas, entre habitantes, dignatarios reales e invitados de todo el oriente, según una leyenda pétrea encontrada en 1951. En cualquier caso, sus opiniones y dibujos revelaron la realidad de la que fuera capital asiria hasta el 710, en la orilla este del Tigris y próxima al rÃo Zaj, que la servÃa de agua a través de un canal y guardada por una muralla de siete kilómetros de largo y quince metros de altura. Atacada por medos y babilonios un siglo después, tras la derrota y saqueo, fue abandonada y olvidada hasta las exploraciones decimonónicas que desenterraron sus ruinas y exportaron a Europa esculturas, relieves y estelas con inscripciones. En 1988, y dentro de un proyecto de restauración global, un equipo internacional localizó una tumba con joyas y objetos de oro que reafirmaron su relevancia histórica. Las obras recuperadas -palacios, templos y espacios comunes- fueron, hasta ahora, un extraordinario atractivo turÃstico, destruido en horas por la barbarie del Estado Islámico. Con la misma saña que en Mosul, los sunÃes usaron bulldozers y excavadoras para reducir a escombros colosales toros alados con cabezas humanas y relieves realizados sobre las propios edificios. También la bimilenaria Hatra, Patrimonio de la Humanidad, fue asolada el 7 de marzo, ante las protestas estériles de la Unesco porque, como en sus abominables ejecuciones, la propaganda del salafismo -que rechaza por idólatras las obras de arte figurativo- difunde con imágenes servidas a las televisiones nuevos métodos para sembrar el horror y cumplir con su salvaje propósito de erradicar, donde quiera que se instalen, todas las muestras, y huellas, de diversidad étnica, cultural y religiosa.