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por qué no me callo>

Avión – Por Carmelo Rivero

   

La palabra avión fue inventada por los franceses hace más de un siglo y se impuso al aeroplano, término más culto, pero menos conciso, como pronosticó en verso Guillaume Apollinaire, cantando “el quejido de la brisa, un pájaro en el espacio”. La acuñó Clément Ader, el ingeniero galo que siguió la estela de Da Vinci y se inspiró en la morfología aerodinámica del murciélago, sin consumar el sueño del todo: sus ingenios rudimentarios apenas se sostenían unos centímetros en el aire.

El avión de Germanwings, que se estrelló el martes en los Alpes franceses con 150 personas a bordo (un tercio de ellas españoles), es un caso demencial en el que “la maldad alcanza el grado máximo de la abyección de la que es capaz el ser humano”, según el tuit de Juan Cruz en la mañana en que se supo, por boca del fiscal de Marsella, que fue el joven copiloto alemán Andreas Lubitz, de 27 años, el que precipitó deliberadamente el aparato sobre la montaña cuando el comandante se fue al servicio (y por su causa ha caído por los suelos el prestigio de un oficio que pretendíamos divino en contacto con el cielo: desconfiamos ahora menos de la máquina y más del hombre de la cabina).

Esta es la tónica últimamente; dada la racha, el horror se ha vuelto un tópico familiar de un tiempo malvado que no deseamos. Tras los caricaturistas muertos a tiros en París (dos veces Francia bajo el foco) o los turistas ametrallados en el Museo Nacional del Bardo en Túnez, hemos asistido, en pocos días, a la masacre del avión, y se abre paso un síndrome inédito: sobreponerse a la fatalidad sin margen de fatalismo, por evidente que sea el estado de riesgo en que vivimos. O sea, tenemos que ‘sobrevolar’ los problemas de seguridad a los que nos enfrentamos a diario.

Es una sensación paradigmática de la modernidad líquida, de Zygmunt Bauman, que ha estado estos días en Agüimes, según el cual debemos resignarnos a ser libres entre los miedos que ello comporta. Querer ser feliz todos los días es enfermizo, ha vuelto a decir en esta visita a Canarias el venerable sociólogo y filósofo de 90 años. De acuerdo. Pero vivir con el susto en el cuerpo a todas horas es asimismo una insania.

¿Cómo vemos el vaso del mundo? ¿Medio lleno o medio vacío? Bauman dice que le explicaría a un niño lo que es una sociedad líquida con un vaso de agua. Se ha puesto de moda este tótem con una boutade artística en Arco (un vaso de agua de 20.000 euros), y Andrés Sánchez Robayna ha escrito el ensayo Variaciones sobre el vaso de agua.
“Un solo vaso de agua ilumina el mundo” (Jean Cocteau) y en cierto modo, puede que sea el fetiche del tiempo que corre como un río en la pecera de su límite. En ese vaso de agua caería todo lo imaginable, incluso los aviones.

“¿Qué habeís hecho, franceses, con Ader el aéreo?/Un palabra era suya, ahora ya nada”, se quejaba en su poema Avión Apollinaire, que murió joven de una herida mal curada en la guerra. Claro que la muerte nos puede sorprender en cualquier parte. Pero vivimos en una violenta cotidianidad sin tregua. Y a veces también nos ahogamos en un vaso de agua.