Es probable que Ikea nunca llegue a ser consciente del favor que le ha hecho a la humanidad con su último vídeo sobre maridos y roperos. Sí, ese que te recuerda que todavía tienes guardados los apuntes de COU por si algún día tienes que repetir la selectividad. O aquel vaquero que siempre pensaste que te vendría bien si un día te entra un ataque de brocha gorda ante la pared del salón. Uhhhmmmm, Carolina tiene una elaboradísima teoría acerca de maridos y roperos. Bueno, más que teoría, un catálogo. Empezó a gestarlo el día que su abuela, harta de dilapidar patrimonio pagando abogados de familia para los divorcios con que le obsequiaron sus cinco hijos uno detrás de otro, la escuchó contar muy entusiasmada que acababa de echarse novio y le espetó: “¿Tú no estarás pensando en casarte, verdad? ¡Ni se te ocurra!”.
La abuela de Carolina había detectado en ella ese estado de flotabilidad y entontecimiento general (¡Warning, warning…!) que precede a las grandes catástrofes domésticas. Así que, antes de que su nieta se precipitara sin remedio en dirección al caos, la convenció para que, bueno, si tanto empeño tenía, probara como mucho a vivir un tiempo con su novio, pero sin mediación de cura ni juzgado alguno. Incluso, remató la operación regalándole a Carolina el equipaje completo para su futura cocina, con tal de que el estado general de la tontuna no depositara a su nieta favorita a los pies de ningún altar. Aquella mujer no tenía ojos, tenía un escáner para examinar los diferentes grados de la estupidez humana. Y efectivamente, algunos años después, Carolina se lo pudo agradecer. En concreto, un sábado por la tarde en que, con las neuronas al borde del colapso por sobredosis de mortal aburrimiento, miró a aquel ser humano que se desparramaba en chándal y barba de tres días en el sofá y tal y como vaticinó su abuela, pensó: “Carolina, hija, en qué estarías pensando…”.
Pues bueno. El caso es que tras esa experiencia y alguna otra, más los siempre fidedignos testimonios de sus amigas en el dry martini de los jueves, a Carolina le ha dado por confeccionar un catálogo de maridos y/o convivientes, algunos de cuyos epígrafes ya son desde el primer minuto muy reveladores. El primer capítulo se lo ha dedicado al marido mojón en honor al cónyuge de su mejor amiga, que de haber existido un premio de la ONU a cómo conseguir la paz mundial sepultando al enemigo en tedio, sin duda lo habría ganado sin competencia alguna. El pobre hombre da cierto rendimiento en la única cualidad apreciada por Carolina en un varón, la de portear con eficiencia la compra desde el coche a la despensa, incluidos los 30 litros mensuales de leche con y sin lactosa, pero Carolina lo crucificó el día en que, en un arrebato de romanticismo, consideró que era bonito obsequiar a su esposa en el primer aniversario de su boda con un artefacto de cocina al vapor. Su ya exmujer aún no ha superado el shock. Luego está el marido happy flower. Dícese de ese humano firmemente convencido de que los calcetines caminan solos hasta la lavadora, los niños van por su cuenta al dentista, el polvo de los muebles desaparece como en los spots con solo hacer chas y los Reyes existen en forma de camas, armarios y cajones robóticos que se organizan solos. A menudo, el happy flower conecta con el marido ropero. Sí, ese que, antes de irse al gimnasio a curarse la autoestima haciendo abdominales, se dirige al armario y justo cuando tú acabas de gastarte un pastizal pagando a la señora de la plancha, llega al estante de las camisetas, coge justo la última de abajo y deja las demás como si el ropero no fuera el ropero, sino el vestuario de Los Angeles Lakers. Aunque si por algo detesta a este especímen Carolina es por su tendencia a darte la sobremesa de los sábados con interesantísimas disquisiciones sobre cómo entrenar los bíceps mediante rotación, torsión, supinación o semipronación, a menudo en abierta francachela con algún otro marido ropero, subcategoría running, ya sea en versión maratón urbana o campo a través. Que Carolina siempre acaba pensando si habrá desfibriladores suficientes en este mundo el día que toda esta peña comprenda que el deporte extremo también acelera los radicales libres y predispone a la fibrilación auricular.
El corazón y sus cuidados. Ajá. Pero ahí ya entramos en otro capítulo de este catálogo.