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Las cicatrices de la historia – Por Rafael Lutzardo

   

A lo largo de la historia Canarias ha sido manantial de inspiración para muchos escritores, poetas y cronistas. Incluso mucho antes por las fuentes latinas o griegas de época romana. Canarias ha sido como una bella Dulcinea, pretendida por numerosos conquistadores que se sintieron cautivados y sorprendidos por su naturalidad y hermosura. Un archipiélago, que nunca necesitó maquillarse para conquistar el corazón de aquel pueblo guanche y más tarde, de todos los canarios. Nació desde un vergel; de montes vírgenes, manantiales de aguas puras y cristalinas, de senderos frondosos y llenos de helechos, custodiada por los fornidos macizos de Anaga. ¡Cuántos recuerdos, historias, lágrimas y heridas tienen estas Islas! Sí, Canarias siempre fue y sigue siendo seducida, pero la violaron de manera brutal y despiadada. Intentó defenderse, arañando con sus raíces los rostros de sus enemigos, pero todo intento fue en vano. El tiempo, ese puente de la vida que todo ser vivo aspiramos atravesar, propone que las heridas se curan. Y después de ellas, sobre todo de las más duras, algo queda. Queda el recuerdo de lo vivido; la lección aprendida; la sabiduría de quien ha llorado y sin embargo ha salido adelante. Queda la fuerza de quien es capaz de comprometerse por causas loables. Queda la lección que se saca de los errores (propios y ajenos), la calma que da una cierta perspectiva, la humanidad de quien se siente frágil y por eso mismo acepta la fragilidad ajena, la alegría serena de quien ha estado triste alguna vez y la pena tranquila de quien ha reído mucho. La sencillez de quien sabe pedir perdón y perdonar. Todo eso ha de ser el horizonte de nuestras búsquedas. Obtener lecciones que nos ayuden a vivir. Yo te quiero Canarias; te debo pleitesía, admiración y respeto. No busco una bandera que pueda maquillar tu rostro volcánico. Te deseo como eras antes. Natural, hermosa, bella, sincera, noble y llena de amor. Yo sé que nunca podrás olvidar a tus agresores, pero en ti no hay odio ni sed de venganza, aunque algunos de tus seguidores, aferrados a tu pasado, insisten en aplicar ojo por ojo, diente por diente. También, por aquellos que desde tierras lejanas peninsulares aún siguen intentando conquistar tu belleza y corazón a través de una influencia cultural que te despojó de tus aposentos naturales. Hay muchas maneras de defenderte y representarte, amiga mía, pero no desde el grito agresivo, ni la violencia contra tus enemigos. Basta con amarte, respetarte y quererte. El tiempo cicatriza todo y la historia será la encargada de juzgar y condenar.