Enfundado en sus viejos vaqueros, después de dejar a sus hijos ante la puerta del colegio y con un buche de café en el estómago se echó a andar un dÃa más. Siempre habÃa sido una persona que se adaptaba fácilmente a las rutinas, pero desde que transitaba sobre los raÃles del desempleo le costaba mucho más. Caminaba con intensidad, quien lo veÃa desde lejos presumÃa que tenÃa claro su destino o que le aguardaban en alguna parte. La verdad era que repetÃa el mismo itinerario cada jornada. Un paso detrás de otro, con los auriculares ajustados y sintonizada su emisora de radio preferida, avanzaba con las manos en los bolsillos.
Cuando la maldita crisis lo descabalgó del andamio nunca logró imaginar cómo iba a cambiarle la vida. Al principio los mecanismos de autodefensa le hacÃan creer que disfrutaba de unas vacaciones más largas de lo habitual. Esa sensación dio paso a la desazón al comprobar el precipicio laboral que él, y los que habÃan sido sus compañeros, tenÃan ante sÃ. Atrás quedaron los dÃas de vino y rosas; las comilonas de los viernes que terminaban en los bares de copas; las invitaciones familiares de los domingos… Atisbó un rayo de esperanza cuando lo llamaron para hacer un curso de frigorista, un año después, entre la asistencia a las clases y la realización de las prácticas creyó que habÃa logrado entrar, de nuevo, en la noria laboral. Fue un espejismo.
Escuchaba siempre la misma franja horaria de su emisora. Le incomodaba que se redujeran los tiempos dedicados a la información y aumentaran los minutos de tertulias prescindibles. Las cuotas de voces polÃticas, bien acudieran como entrevistados, opinadores de todo o voceros de sus argumentarios se habÃan comido la esencia de la radio.
En ocasiones habÃa pensado pasarse a emisoras de radio fórmula para no indignarse cada mañana, pero aún no se habÃa atrevido. Hasta que un dÃa, varios periodistas que apenas veÃan más allá de sus abombados ombligos, se ensañaron durante 30 largos minutos en una suerte de crónica rosa sobre los dimes y diretes internos de los partidos polÃticos y sus peleas para decidir las listas electorales. Acto seguido, sacó su mano de los pliegues del bolsillo e inició la búsqueda de una nueva sintonÃa.