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Cuidadito con Dios – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Esta sí. La escena del evangelio de hoy es de ésas que el imaginario cinematográfico ha popularizado como un momento cumbre en la vida de Jesús. Verlo ahí, un histrión en medio del templo abarrotado, rodeado de codiciosos mercaderes babeantes, látigo en mano, destrozando los puestos de los cambistas e impartiendo justicia en el nombre del Padre… Así, como un pablitoiglesias de los que promueve el manual del indignado profesional (no olvidemos que el personaje aseguró en su día que “Jesucristo habría estado en Podemos”).

Pues eso. Que ésta es de las escenas que, a base de sumarle atrezo e imaginar represalias, se nos ha grabado en el subconsciente y contribuye a desdibujar la verdadera imagen de Dios y de su mensaje. No es por casualidad que forme parte de los textos de la Cuaresma pues, una vez limpia de significados intempestivos o interesados, ayuda a que los creyentes nos sumerjamos en el verdadero espíritu de estos días.

Consistencia. Ésta es la palabra clave. Dios quiere la consistencia del ser humano y del edificio de la fe. Consistencia en más que integridad, es más que coherencia, es más que congruencia, es más que honestidad. Consistencia es solidez en la unidad: un creyente está invitado por Dios a ir quemando etapas de la vida, no todas memorables, camino de la unidad entre lo que cree, lo que piensa y lo que hace. Y todo ello con una hondura y afectando a la personalidad de tal manera que es difícil de explicar con palabras.

Ésa es la consistencia que Dios nos pide cada día y que promociona la Iglesia en esta cuarentena camino de la Pascua. Será en cada una de las opciones del día a día, en cada elección de la jornada, en cada ahora cuando nos los juguemos todo. Porque es entonces cuando todo lo que somos se pone al servicio de lo que pensamos y de lo que creemos.

El mundo de lo público, de las predicaciones, de los actos comunitarios, de las escenificaciones, de la representatividad… la vida pública, en definitiva, es un mal necesario. Entiéndaseme: donde verdaderamente se decide la vida es en el silencio del corazón, solos, a solas, con solo Dios y nosotros mismos. Es ahí donde nos descubrimos tal cual somos en verdad. O donde gestamos nuestra personal tragedia hilando la madeja de las medias verdades, de las explicaciones que son excusas, de las mediocridades envueltas en apariencia.

Por eso, lo del templo de Jerusalén, que merecía ser denunciado porque no era más que la punta del iceberg de la falta de fe verdadera y de las componendas personales y comunitarias de un pueblo que había huido del encuentro con su Señor.

“Jesús los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre”, concluye el evangelio. ¿Cuidadito con Dios, que viene con el látigo? Qué va. Estamos de enhorabuena porque es Dios mismo quien sale al encuentro para auparnos en el camino que conduce hacia la consistencia de la propia vida, que es el único anticipo verdadero de la felicidad.
@karmelo