X
opinión>

Elecciones – Por Juan Julio Fernández

   

Este año 2015 va a ser pródigo en elecciones, hasta el mareo. Van a llover promesas y ocurrencias, en un todo vale para motivar a una ciudadanía que refleja hartazgo y no está claro si tanta convocatoria contrarrestará su desencanto y, peor aún, su desconfianza en unos políticos que algunos de ellos quieren definir como casta, aunque sin desterrar ellos mismos los vicios con los que descalifican a los demás. Los partidos instalados en el arco parlamentario arremeten contra los que pretenden irrumpir en él y argumentan que se trata de fenómenos coyunturales que se irán disolviendo a medida que se acerquen las elecciones en las que pretenden barrer. Los nuevos, los que buscan espacio en el mismo arco, fundamentan su aparición en el descrédito de los existentes, incapaces de resolver los problemas de los más desfavorecidos, en una España con una enorme desigualdad social y en la que mucha gente lo está pasando mal.

En estas circunstancias, si algo parece claro es que los partidos viejos se equivocan cuando quieren ignorar que los nuevos vienen con ánimo de quedarse y dicen de ellos que carecen de propuestas y que buscan su asentamiento en el descontento ciudadano, agravado por una crisis económica descomunal después de un crecimiento desorbitado en el que se gastó con mucha alegría, facilitando, además, una entrada a saco por unos y por otros allí donde había dinero, generalizando una corrupción de considerable magnitud.

Los partidos instalados se han desentendido de la gente, ignorando que lo que demanda son entendimientos entre ellos para ayudar a los más débiles y denuncia su incapacidad para tomar iniciativas para atenuar problemas manifiestos en Sanidad, Educación y Justicia. Un rechazo a un partidismo insolidario que, aun sin plantearse una gran coalición -como hicieron los conservadores y socialistas en Alemania- ha imposibilitado alianzas coyunturales para facilitar el diálogo y atender a las necesidades más acuciantes.

Todos ellos, sin embargo, hablan de ética, pero olvidan que ésta obliga a hacer lo que hay que hacer y a dejar de hacer lo que no hay que hacer. El atentado mayor contra ella es el de la corrupción, aunque, afortunadamente, el ciudadano empieza a percibir que, a pesar de una extremada lentitud, la Justicia está funcionando, pero sin tener todavía claro por qué son los partidos tan proclives a condenar a los demás y a mirar para otro lado cuando se trata de los suyos. El caso más llamativo es el uso que se le está dando a la palabra imputado, según el afectado sea de un partido o del adversario.

España, hoy, es un país envejecido y con una baja tasa de natalidad y en el que el paro parece haberse convertido en un problema estructural, lo que está afectando al Estado Social conseguido. El escaso empleo se ha disparado en la burocracia y sigue bajo mínimos en la actividad productiva, la que crea riqueza y fomenta el consumo, en una rueda en la que parece descansar el Estado de Bienestar.

Este año electoral puede deparar sorpresas y cambiar el panorama político. Puede aventurarse más que el final de un bipartidismo su sustitución por otro o su matización por otras formaciones de ámbito nacional que releguen a los nacionalistas a un papel distinto del de bisagras que han jugado hasta ahora, primordialmente el catalán y el vasco, aunque siempre en beneficio propio, y queda por ver lo que pueden aportar los jóvenes, los llamados al relevo generacional, sobre todo en los partidos tradicionales.

Las elecciones andaluzas, ya inminentes, serán un test que permitirá conocer la caída real del PSOE, la incidencia del voto oculto en el PP, la fuerza que puedan tener Podemos y Ciudadanos y la presencia parlamentaria de IU. Y una prueba de fuego para Susana Díaz que las adelantó arguyendo la falta de estabilidad que le suponía la deserción de los comunistas, lo que permitirá también saber por dónde irán los obligados pactos poselectorales a los que parecen remitir las encuestas.