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Encuestas y sondeos – Por Juan Julio Fernández

   

La proliferación de encuestas y la aplicación de sondeos en este año 2015, que pasará a la historia como marcadamente electoral, pone de manifiesto, de un lado, la incertidumbre en que está inmersa la ciudadanía española y, de otro, la necesidad que tienen los partidos y sus asesores de movilizarla. Son métodos que los sociólogos defienden como idóneos para conocer la opinión de los votantes, pero que muchos ciudadanos perciben como intentos de vender promesas que en teoría se hacen para para promover la afluencia a las urnas y que en la práctica -Tierno Galván dixit- no se cumplen.

Lo que puede diferenciar a este año electoral de otros precedentes es la irrupción en las elecciones europeas de una formación que, tratando de capitalizar el we can de Obama, se presentó como Podemos y sorprendió a muchos con su entrada en el Parlamento europeo y que, a partir de entonces y con una continuada presencia en los medios, ha ido creciendo según las encuestas aunque, a lo que parece, ha tocado techo y ha iniciado un declive que hace pensar que muchos de los que le votaron, sin conocer su programa -que no tenían-, lo hicieron convencidos de que era la manera de manifestar su descontento con unos partidos distanciados de los problemas de la vida cotidiana e instalados en un limbo parlamentario y más pendientes de artificiosos rifirrafes que de los intereses reales de sus teóricos representados.

El voto a Podemos en las elecciones europeas no fue fruto de la ignorancia o del desconocimiento. Fue una forma de denunciar un sistema en el que se ha ido instalando el sectarismo y la corrupción y, a lo que se está viendo, ha servido para oxigenarlo y llegar a la conclusión de que, aparte del relevo generacional, se requiere una vuelta a los principios que inspiraron la Transición, en el que la voluntad de consenso, manteniendo las diferencias propias de una sociedad plural y abierta, permitieron la elaboración de una Constitución y la firma de los Pactos de Toledo, entre otros logros que nos han permitido vivir y convivir pacíficamente en estos últimos cuarenta años.

Casi cuatro décadas en las que España se ha modernizado internamente y ha evolucionado internacionalmente y en las que, sin duda, el cambio más llamativo ha sido la incorporación de la mujer a la sociedad, empezando a poner en su sitio al machismo imperante aunque con el riesgo de sustituirlo por un hembrismo, igual de reductor, que nada o poco tiene que ver con el feminismo que legítimamente aspira a la plena equiparación social, económica y profesional de la mujer. Este cambio, sin duda positivo, ha ido convirtiendo a España en un país envejecido, en una Europa también envejecida, aunque con la diferencia de que mientras en el ámbito continental el promedio de hijos por mujer está en 1,5, en España se queda en 1,3, con tendencia a la baja, cuando para asegurar la población activa este índice tendría que ser de 2,1.

Y con estas limitaciones será cada vez más difícil abordar los problemas reales que nos acucian, muchos derivados de un nivel de vida que nos ha costado alcanzar y al que no queremos renunciar.

Esto es lo que se espera de las propuestas electorales de los políticos y no vale que digan que todo se resolverá al salir de la crisis, aireando encuestas y sondeos para arrimar el ascua a sus sardinas.

Tampoco se valoran las descalificaciones de los que están a los que llegan, ni tampoco las de los que vienen a los ya instalados.

El voto oculto y el alto porcentaje de indecisos que revelan las encuestas así parecen indicarlo y puede que los sondeos no reflejen lo que la ciudadanía piensa, si percibe -como parece hacerlo- que muchos son interesados y que los encuestadores los van acomodándolos en favor de quienes los promueven según los vientos que van soplando.