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DOMINGO CRISTIANO >

Entiendo al copiloto – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Yo entiendo lo que le pasó al copiloto que causó la tragedia de los Alpes que ha parado la respiración al mundo entero. No lo excuso, porque eso sería lo mismo que vomitar sobre la memoria de las víctimas y bailar sobre el dolor de sus familiares. Pero sí me hago a la idea de qué pasa por la cabeza perturbada de quien se siente atrapado en el círculo vicioso de su propia negatividad. Un trastorno mental grave es como una guerra civil que se libra en el interior del propio cuerpo: cuando la mente, que tiene el encargo de garantizar el bienestar, se rebela y se convierte en el enemigo, casi todo está perdido a no ser que se busque ayuda especializada y se respeten sus indicaciones.Que ya podría haberse suicidado solo, sin llevarse por delante a tantos inocentes llenos, es algo en lo que coincidimos todos. Pero no es tan simple, porque la noche eterna del gravemente desquiciado arrasa la pretensión de objetividad y el sentido común que nos mantienen vivos. Cuando alguien se pudre por dentro, cuando nota que el propio yo tira de él hacia abajo, hacia dentro, le empuja al abismo… si todo eso pasa y el hombre fracasa como proyecto, es entonces cuando se diluye lo que nos hace humanos y triunfa lo que no somos. Entonces vence esa parte de nosotros que se rinde a la amenaza de derrota absoluta que nos sobrevuela a todos. Creo que algo así es lo que le ocurrió al piloto Andreas Lubitz en el momento en el que todos sus dolores se concentraron en un solo instante repugnante que le asfixió por dentro y abrió las puertas del infierno.

He pensado mucho en él y en sus víctimas a las puertas de la Semana Santa. Los aleluyas de hoy, las ternuras del jueves, la esperanza triturada del viernes, el silencio demoledor del sábado, el amanecer sin final del domingo… La vida entera se resume en unos pocos días, en los que se dan cita los dolores y las esperanzas de la Humanidad. La única respuesta al aparente fracaso del ser humano que tanto ilustra la tragedia que aún nos hace temblar es Dios apostando por los hombres con todas las consecuencias. No es una tumba, ni un crematorio. No es un osario o una bella montaña convertida en cementerio el futuro del hombre. No hay razones para abonar el terreno que las oscuridades siembran en nuestro interior, no sea que crezcan. Estos días toca reconstruirnos y repensar la fe. Es el tiempo de renovar la esperanza y fundar las alegrías en el Resucitado. La Iglesia se juega su papel en el mundo y su razón de ser. Nos jugamos ser auténticos o quedar reducidos a un bello Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que nos condene a ser piezas de museo. Los hombres necesitamos una palabra que aleje nuestros pies del abismo más peligroso, del accidente más cruento: el del sinsentido, el de la falta de significado. Estos días están para eso: para convertir el mundo en un punto de encuentro entre Dios y los hombres, entre cada y su interior. Esperemos que las trompetas y los tambores nos los permitan, no ahoguen la voz de Dios.

@karmelojph