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Y entonces, me meé – Por Andrés Chaves

   

1. Ocurrió durante una cena en el Castillo Negro de Santa Cruz, con motivo de no sé qué congreso. Se habilitó aquel espacio, o quizá la Casa de la Pólvora, para el acto de clausura de la celebración. Y a mí me sentaron al final de una mesa larga, en un lugar de imposible salida urgente. Yo había bebido bastante vino blanco y agua, era primavera, la noche calurosa y pensé por un momento lo que tendría que hacer para llegar hasta un improvisado baño portátil que habían colocado por fuera. Calculé que me daría tiempo, porque estábamos en los postres, no estaban previstos más discursos -se habían pronunciado al principio- y yo podría salir con tiempo de evacuar en cuanto los comensales se levantaran y me dejaran vía libre.

2. Pero en esto ocurrió lo inevitable. Pepe Segura, a la sazón presidente del Cabildo, que había llegado tarde, quiso dejar en el congreso su huella indeleble. Insistió en hacer uso de la palabra. Conociendo al personaje y con la vejiga apretada, temí lo peor. Me entró un sudor frío, la carne se me puso de gallina, la próstata lanzó un grito de auxilio y me dispuse para vivir lo peor. Era imposible escapar. Y Segura comienza a hablar; pasan cinco minutos, diez, veinte, treinta… No pude más. Ajusté el caño del orín a la pernera derecha del pantalón y me dejé ir, con gran alivio.

3.Yo iba de smoking y sentí cómo el orín llegaba a uno de mis zapatos y se introducía en él mientras chapoteaba con discreción para que el resto de los comensales no se percatara del chorro, que ahora discurría por un viejo canalillo en el suelo empedrado del castillo. El río de aguachirle fue tan lejos como pudo, pero sin molestar a las señoras ni a los caballeros presentes; y yo llegué a mi casa hecho una sopa, sacudiéndome como un pollo, arrimado a las esquinas de la noche de Santa Cruz para no ser visto de esa guisa. Nunca más voté a Pepe Segura, causa de mi desgracia.

achaves@radioranilla.com