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No es algo, es alguien – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Esto de los sacrificios, las mortificaciones, los buenos propósitos de temporada… No estoy en contra de las prácticas cuaresmales, no vaya a ser que mañana tenga que pedir asilo a la Iglesia copta. Pero sí afirmaré, ahora en serio y creo que siguiendo la más genuina ortodoxia, sí diré que estamos todos llamados a repensar el capítulo de las privaciones, las renuncias y las promesas. Al inicio de la cuarentena en la que ahora estamos es común que grupos y comunidades inviten a sus miembros a adornar estos días de especial devoción con alguna praxis de negación personal, por aquello de vestir de morado el horizonte y favorecer el contraste con la inmensa alegría que se desbordará en la noche más blanca. Y para amamantar el crecimiento personal y la maduración en la fe. La Iglesia conoce bien a los hombres: necesitamos signos, tiempos, cambios de ritmo. El contraste entre la noche y el alba. Y todo esto ayuda. Lo malo sucede cuando el paso del tiempo y la falta de solidez de algunos guías conducen los pasos hacia las sendas superficiales, verdadero terreno hostil para la fe adulta. El desierto en el que estamos inmersos estos días no es una lucha masoquista por la supervivencia. Abrazamos la experiencia de Jesús, que no busco sufrir por sufrir, esforzarse por el esfuerzo, sudar por el sudor. El Señor usó las yermas praderas de arenas como alfombra sobre la que esperar la presencia de Dios, como colchón en el que invocar la cercanía del Padre. La Cuaresma no es una carrera de obstáculos en la que galopar tras la mortificación más intensa o la privación más aguda. No buscamos algo. La Cuaresma es la excusa para el encuentro con Dios, circunstancia imprescindible para envolverse en el calor de la Semana Santa. La cima no está en sufrir. La meta no es algo. Es alguien. De ahí que opino que hay que repensar los compromisos personales y comunitarios en la cuarentena del desierto litúrgico. Los compromisos, las penitencias, las privaciones tienen un valor pedagógico: esa misma desolación que generan nos mantiene en vilo, atentos a no perder de vista el objetivo. Y el objetivo es Dios mismo, el encuentro con Dios. La meta no es probarse a sí mismo, no es palpar los límites del sufrimiento o la autonegación. Dios es la última orilla. Si no, ni es práctica cuaresmal, ni conduce a la tregua donde Dios nos espera. No buscamos con nuestras mortificaciones aplacar a Dios para conseguir algo, porque ni necesita que lo aplaquen ni nada tenemos que no sea totalmente un regalo de su parte. No buscamos algo. Buscamos a Dios, que nos espera en este camino que hemos de hacer angosto en estos días por pura sabiduría, porque está demostrado que la falta de distracciones, las miras elevadas, la renuncia a los ruidos cotidianos son caminos que nos predisponen al abrazo. Así entendida, la Cuaresma es un acontecimiento feliz, una puerta entornada por la que asomarnos a la felicidad que anhelamos. El desperdicio sería errar el tiro y pretender ser nosotros los protagonistas de la historia.
@karmelojph