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después del paréntesis >

Culpables – Por Domingo-Luis Hernández

   

La película está basada en la obra de uno de los narradores más prolíficos y sugestivos de Estados Unidos, Philip K. Dick, un hombre con problemas psicológicos y de extrañas visiones. Murió a los 58 años. Tuvo una relación muy íntima con las drogas y por ello dio con el relato que mejor las confirma (Una mirada a la oscuridad). Modeló un modo de ciencia-ficción muy peculiar en Ubik y publicó la trama que daría con la extraordinaria Blade Runner, que en español puede traducirse por “¿Los androides sueñan con ovejas eléctricas?” La película se llama Minority Report y la inventó el excepcional Steven Spielberg en el tiempo en el que todo lo había conseguido y que, por lo mismo, podía mostrar su inquebrantable posicionamiento ético.

Así pues, el personaje que interpretó Max Von Sydow (el director Lamar Burgess) justificó su éxito policial por la prevención. Apresar a los malhechores antes de que cometan sus fechorías es muy popular y mueve a la condescendencia porque libra a la bella sociedad de indeseables sin demasiado ruido ni mayores complicaciones. Digamos que en ese tenor se encuentra la parte más retrógrada y, según hacia donde se mire, más irracional de ese muestrario, pudiente y cínico.

El jefe John Anderton (Tom Cruise) se rebeló. Descubrió informes contradictorios entre los dos adivinos en que se basaba la policía para actuar. De donde, los apriorismos disuaden de que el sistema falla, y falla para todos. También que nadie es inocente ante quien domina la maquinaria caprichosa de los augurios.

Lo que la película de Spielberg plantea es que ningún hombre puede ser condenado de antemano, ni por prejuicios religiosos, racistas, políticos…, ni por ser negro, árabe, judío, pobre o jefe de la oposición… En semejante trampa basa su horror la dictadura, el fundamentalismo, el holocausto. Porque en esos casos no importa la verdad, la diferencia, la libertad, el derecho. El juicio es previo, y sin defensa. Confirmó hace unos cuantos años el novelista francés Claude Simon que después de Auschwitz es imposible mirar la Historia con inocencia. Deseamos que ese infausto episodio enseñara, y no es verdad: la desmesura se repite. En enero de 2005 ocurrió: los 1.500 agentes de EE.UU. que buscaban armas destructivas en Irak desistieron. Ni existían ni el monstruo Saddam Hussein tenía capacidad para fabricarlas.

Pocos humanos de este planeta se han sentido aludidos por semejante vergüenza, y quienes inventaron una guerra preventiva con patrañas no han sido excluidos de la política ni condenados por mentirosos. Ahí quedan: Bush, Blair, Aznar, Durão Barroso… Por eso semejante ignominia repetirá en la crónica del mundo una culpa que no nos pertenece a todos pero que nos condiciona y nos identificará por muchos años.

Que nos movamos por impulsos mediáticos no es una excusa. Es falaz, porque todos los humanos de esta parte del mundo somos culpables del silencio. Los derechos humanos y la paz están condenados porque los oligarcas se han atrevido (sin pena) a usar los mecanismos del Estado y su poder para aniquilar al otro conforme a los intereses marcados. La dignidad está tocada.

Es posible, pues, que (pongamos) en Rusia un rival del elegido se arrima a la estaca ética de Spielberg y aduce que lo que ocurre en Ucrania no es solo un sinsentido sino una postura execrable del Estado. Ese político (Borís Nemtsov) ha de morir, por razones de Estado, claro, y muere. Luego, ha de buscarse al asesino. Se encuentra. Por la ley de los apriorismos dichos tiene nacionalidad (Chechenia) y tendrá nombre. La tortura enunciará el crimen, porque el sujeto en cuestión, conforme a ese Estado, Minority Report, es incuestionablemente culpable.