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¿Fin de ciclo? – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

   

En este domingo de marzo se celebran las elecciones autonómicas andaluzas, la primera de una serie de convocatorias electorales que calificarán este año como un año eminentemente electoral. En mayo seremos convocados a renovar las relaciones de poder en los innumerables y poco funcionales municipios españoles, y en la no menos innumerables y poco funcionales Comunidades Autónomas de régimen común. Y hacia final de año los ciudadanos de este país decidiremos quién nos va a gobernar, qué líder y qué fuerza o fuerzas políticas, durante los próximos cuatro años. Los especialistas suelen distinguir entre las elecciones llamadas de continuidad, como resultado de las cuales no se prevén cambios políticos significativos y en las que, en consecuencia, baja la participación electoral; y las elecciones llamadas de cambio, en las que todos los datos apuntan a unos resultados significativamente distintos a los precedentes y, por consiguiente, a la configuración de un escenario político también significativamente distinto al anterior. Pues bien, por si fuera poco, las abundantes elecciones que nos esperan este año se anuncian como elecciones de cambio. Y, además, de cambios importantes para nuestra vida democrática colectiva.

Los ciclos políticos son consustanciales a las democracias, al igual que los ciclos económicos lo son a las economías de mercado. Eso significa que las democracias sufren soluciones de continuidad políticas, interrupciones en el fluir cronológico de sus instituciones democráticas. España se encuentra al final de un ciclo político y se enfrenta a una probable solución de continuidad política y constitucional, una más en nuestra historia. Sin embargo, hemos de tener mucho cuidado, porque no todas las soluciones de continuidad suponen soluciones para los graves problemas que pueden poner en peligro, incluso, a democracias más consolidadas que la nuestra.

El análisis de nuestro comportamiento electoral en la actual etapa democrática demuestra que en España, desde la Transición, los cambios electorales significativos se han configurado siempre como el producto de una grave crisis política y de una situación de anormalidad social. Es decir, los relevos gubernamentales han sido vuelcos originados, no por los méritos de la oposición, sino por el hundimiento del partido en el poder. En toda esta etapa nunca ha tenido lugar un cambio de Gobierno en un ambiente pacífico de tranquilidad ciudadana y comparación de programas. Debemos reconocer entonces que los electores españoles pertenecemos a un pueblo sin tradición democrática alguna, muy influenciable por estímulos externos e inmediatos, y que vota por la continuidad y el poder hasta que el propio poder se autoelimina.

Después de más de treinta años de gobierno ininterrumpido, los socialistas compiten en Andalucía inmersos en una división y una crisis interna mal disimuladas. Las malas relaciones políticas entre su secretario general y la actual presidenta y candidata andaluza se han hecho presentes durante la campaña; y de los resultados que obtengan hoy va a depender su dinámica interna partidista en un próximo futuro. Las encuestas les pronostican una victoria sin mayoría absoluta y con la necesidad de algún tipo de acuerdo o pacto con otra fuerza política para poder seguir gobernando: será un buen momento para comprobar qué relaciones están dispuestos a mantener con Podemos en el plano nacional y en otros escenarios electorales. Es preocupante que su evidente corrupción institucionalizada no les vaya a afectar en la medida en que sería de esperar, lo que significa que a muchos no les importa que roben con tal de que les llegue algo. En Canarias también sabemos de eso. Otras incógnitas que empezarán a despejar las elecciones de hoy son las respectivas relaciones de fuerza entre los populares y Ciudadanos, y entre Izquierda Unida y Podemos. La buena noticia es que Podemos pierde apoyos electorales en Andalucía y en toda España: muchos españoles están hartos y desencantados, pero no hasta el punto de contribuir con su voto a importar una vulgar dictadura bananera y narcotraficante.

La irrupción de Podemos en todos los escenarios políticos hace más necesaria que nunca la consolidación de una opción de centro reformista que ayude a gobernar a populares o socialistas, que les centre y que facilite un punto de encuentro de estabilidad y consenso, rebajando la crispación que preside nuestra vida política. Es una posibilidad que siempre ha fracasado en la democracia, desde UCD a la denominada Operación Roca, pasando por el CDS. Había esperanzas de conseguirlo al fin mediante un acercamiento entre UPyD y Ciudadanos, pero la intransigencia de Rosa Díez, su autoritarismo y su cortedad de miras políticas han hecho fracasar el acuerdo y frustrado una vez más esas esperanzas. UPyD es un partido que parece condenado por su líder al fracaso y la marginalidad. Conscientes de eso, ya muchos están abandonando ese barco y pasándose a Ciudadanos.

¿Fin de ciclo? El irresponsable cuestionamiento de nuestra Transición nos ha conducido a una situación política muy peligrosa. ¡Ojalá no tengamos que transitar de nuevo por los mismos caminos y comenzar otra vez!