Francisco, el dueño de estos apellidos, ganó el Premio Internacional de Novela RBA con Sombras viejas, aunque la censura franquista vetó su publicación, y el Planeta de 1984 por Crónica sentimental en rojo, donde debutó el comisario Méndez, su personaje más notable con el que rompió las fronteras del idioma y fue conocido y celebrado en Europa. Con Peores maneras de morir (2013) donde, con signo premonitorio el protagonista, envejecido y enfermo, realiza sus últimas pesquisas por “una Barcelona cuyos cambios la hacen irreconocible”, cierra un ciclo de tres décadas y once títulos de absoluto éxito. Las claves de su aceptación por crítica y lectores radica en el calado social de los relatos y en la conjunción del carácter del investigador implacable con la solidaridad que trasunta la gente común. Con un puesto de honor en el género negro, su héroe sobrio y poco dado al hedonismo -en abierta contraposición con Carvalho, el detective culto y gastrónomo de Vázquez Montalbán- resulta un paradigma de lógica y sentido común, de objetividad que permite, curiosamente, la cercanía con las víctimas de los dramas sociales que entornan todos los crímenes. Los mayores logros de su exitosa carrera pivotaron sobre las intrigas en los ambientes humildes, en los barrios obreros donde los sentimientos a flor de piel y los intereses sin trampa “obligan a creer en el prójimo” y revelan coartadas, justificaciones y eximentes paralelos a las culpas. Periodista en La Vanguardia y El Correo Catalán, nunca tuvo buena opinión de este oficio que, además de furgón de cola de los poderes, consideró como “una inmensa escuela de cinismo”. Francisco González Ledesma (1928-2015) gozó, tal vez sin valorarlo, de una inmensa popularidad entre las clases populares de un país que, recién salido de los horrores de la guerra, tuvo una válvula de escape a las carencias de libertad y bienes materiales en los relatos del Far West -escribió más de mil novelas con las que pagó sus estudios de derecho en la Universidad de su ciudad natal- y sus héroes, vaqueros solitarios, pistoleros perseguidos, mercenarios de ganaderos sin escrúpulos y defensores de destripaterrones, bebedores de güisqui y mascadores de tabaco. Esa legión de distinto pelaje emprendió aventuras bajo el código del Talión y Silver Kane, su seudónimo, fue -con Zane Grey y Fidel Prado- uno de los autores favoritos de las tabaquerías y chinchales palmeros, donde un lector -compensado por una cuota de sus compañeros- leía con énfasis las vidas y muertes en Texas y Oregón, mientras sus compañeros, casi sin respirar, manufacturaban los puros.