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Hasta los huesos – Por Ana Martín

   

Acaba una ahíta de tanto trending topic que hoy parece ocuparnos la vida entera y mañana se disuelve como el azúcar en un vaso de leche. De mala leche, casi siempre. Esta semana, por ejemplo, han sido tendencia los huesos. Los de Miguel de Cervantes, para más señas.

Mientras en Leicester se disponen a enterrar al rey Ricardo III en la Catedral, tras más de 500 años en una tumba de un convento franciscano, sobre la que se construyó un aparcamiento, en la Península se han puesto a remover con bríos redoblados y no se sabe bien qué repentino interés, los huesos del manco de Lepanto.

Aquí, es bien conocido, somos mucho de querer sacar a las gentes de sus tumbas. Ya lo contaron y cantaron Los Sabandeños: “Guanarteme, Guanarteme, cuatro huesos enterrados y después de cinco siglos te quieren poner sentado”. Así sucede. A Guanarteme se le quiere desenterrar y mover cada cierto tiempo, cuando conviene, para agitar el absurdo e irreal fantasma del insularismo. Se forma la rebambaramba tres días, como si alguien tuviera culpa de que el nacido Tenesor Semidan, tras sus idas y venidas, muriera en una isla que no era la suya -nadie lo mandó- y luego vuelve todo al olvido: el fantasma, el insularismo y Guanarteme.

Sirven mucho los muertos para una contienda. Como no pueden quejarse, es fácil que se les enarbole como bandera de algo, que se les lleve y se les traiga si es que se les puede sacar algún beneficio.

En Madrid dicen, por ejemplo, como justificación con pretensiones de irrebatible, que si se confirma que los huesos encontrados en el Convento de las Trinitarias son los de Cervantes, la ciudad multiplicará el número diario de turistas de manera exponencial. Yo no había oído nunca hablar de ese turismo masivo de osario y necrofilia. Y a juzgar por la gente que ha leído -de verdad, no en cómic, ni en versiones reducidas- el Quijote completo, tengo muchas dudas de si Cervantes iba a ser un muerto revisitado a mansalva. Ignoro, en serio lo digo, si su deteriorado esqueleto manco va a resultar una atracción mayor que el Rastro o el Parque Warner. Quién sabe.

Eso sí, vamos a tardar un tiempo en conocer si entre los restos que se hallaron, mezclados con otros, están los suyos. Hasta ahora, los titulares, surrealistas como pocos, dicen que los investigadores han encontrado unos huesos que pudieran (o no) ser perfectamente del escritor. O no.

Lo que sí es cierto es que el probable hallazgo ha venido de perlas para sacar ese evanescente aroma de españolidad que a algunos tanto les pone. La raza, el orgullo patrio y toda esa parafernalia que parece ser, según los críticos, que ayudará al PP a ganar las cercanas elecciones en la capital. Eso dicen.

Lo que no dice nadie es que quizás a Miguel de Cervantes, que dio lo mejor de su vida a la batalla y a la literatura, “tomando ora la espada, ora la pluma”, le habría gustado más que, para honrar su memoria, se trazara un plan cultural serio, a las puertas del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote, que rescatara su aliento creador, sus huellas, su importancia capital en la cultura hispana.

Un proyecto que lo convirtiera, ahora sí, en tendencia mundial y que acercara su genio a esas generaciones que no leen más de 140 caracteres. Que diera a conocer el verdadero y transgresor espíritu de su obra cumbre, un libro del que solo se repiten cuatro tópicos y medio y un puñado de frases apócrifas y descontextualizadas. Que llegara, con todo su peso, hasta la médula de una época que alumbró mentes brillantes que ya casi nadie recuerda. Porque ir a visitarlo en peregrinación, como si fuera un santo milagroso, una reliquia o, en el peor de los casos, una popstar, sin haber siquiera hojeado uno de sus libros, sería una broma de mal gusto incluso en este país, al que la cultura parece importarle casi lo mismo que la desaparición de la tortuga laúd.

@anamartincoello