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por qué no me callo >

Hawking – Por Carmelo Rivero

   

El británico Eddie Redmayne, Óscar al mejor actor, encarna a un Hawking tan solvente y requerido de matices, que, el viernes, mientras veía la película La teoría del todo, inspirada en el libro Hacia el infinito, de la primera mujer del científico, Jane Wilde, olvidé las leyes del cine, convencido de estar nuevamente delante de la estrella de Starmus que nos visitó en carne y hueso este verano, entregado a agujeros negros y orígenes remotos y a hacer también, cómo no, turismo típicamente inglés (buen amigo del sol y de su colega Garik Israelian, que lo trajo con esa condición), rodeado de fans como un rockstar, y es que este grado de verismo en la pantalla resulta maravilloso y conmueve seguir sus pasos cuando podía ponerse de pie, los días de un amor ciego y el anuncio de la muerte “para dentro de dos años”, como esos jarros de agua fría en la red por los paciente de ELA, siendo un excéntrico veinteañero en la Universidad de Cambridge, dispuesto a destruir los dogmas del tiempo y abrirse camino en la astronomía como un irónico transgresor bajo la espada de Damocles de esa cruenta cuenta atrás, mientras los amigos de farra del college soñaban divertidos, en los sesenta, creyéndose inmortales, y, sí, Hawking ha sobrevivido. Cuando pisó Tenerife y paseó entre los molinos de viento del ITER, en Granadilla, me impactó verle tan decidido a meter la cabeza donde hiciera falta, como nos pasó en el cerebro del supercomputador, demasiado frío para alguien que sufrió una neumonía treinta años atrás y no soporta el aire acondicionado de los aviones; Hawking es todo lo impulsivo que puede ser alguien inmovilizado sobre una silla de ruedas, y durante cuatro días pude contrastar la pasta de que está hecho este genio que ostentó la cátedra lucasiana de Newton, reducido al silencio por una traqueotomía y a la parálisis por un apagón progresivo de su cuerpo que ha dejado a salvo la sonrisa. Ricardo Melchior le ofreció la instalación de un panel solar en su casa de Cambridge, y el cosmólogo, tras saciar su curiosidad sobre la potencia de las placas fotovoltaicas, no pudo reprimir su alegría. La segunda parte de la película sobre Stephen Hawking -este largo tiempo extra- tendría que ser la historia de su curiosidad.

El psiquiatra Castilla del Pino me dijo una vez que el secreto de la supervivencia es la curiosidad. En el Magma, Hawking abrió su conferencia con la escena de la saga Star Trek en que juega al póquer con los hologramas de Newton y Einstein. Ha muerto Leonard Nimoy, el mítico comandante Spock de las orejas puntiagudas que idealizamos de niños; imitábamos su flequillo negro y el saludo vulcano. En la saga murió y se regeneró. La vida es una serie de ciencia ficción. Hawking, milagrosamente, sigue vivo, pese a que la ciencia lo diera por muerto hace medio siglo.