Ínsula (apuntes) – Por César Martín

No somos nosotros los que aguardamos en ella; es la isla la que espera. Persevera en el tiempo, mitiga el espacio. Usa los elementos de manera adecuada, atrapando al habitante en sus contrastes de soledades y bullicios. No necesita convencer al morador, pues la fuerza que emana de sus entrañas es lo suficientemente persuasiva y arrollante. Conjura misteriosas fórmulas secretas como un en acto dramático, ahondando en las almas más descuidadas que pronto acarician su arena, recorren su bosque o se esconden en alguna de sus cuevas recónditas. La isla ama, arrulla y cobija. A cambio no pide nada, porque sabe que no podrá conservar lo que protege; esto es solo un capricho de la naturaleza, nada pasó milenios atrás y ahora tanta vida de pronto… Por eso sabe estar sola y se da en una entrega efímera. Hay quien no lo entiende y se siente atrapado por el límite del firme en el extremo del acantilado, sujeto a un mundo sesgado, limítrofe y estático. Pero lo que pudiera parecer una cárcel de azul es un horizonte de esperanzas. Ella lo sabe porque ha visto partir viajeros en numerosas ocasiones en busca de naranjas, y muchas veces, ha observado regresar a alguno sin ellas. No los juzga y recibe al retornado con brisas de sal, purificando los malos augurios de una vida perdida, de un futuro sin sentido. Quizás es esta la única manera de consolar estas existencias tan incautas, incapaces de ver lo ridículo de su razón de ser, atrapados en un juego ínfimo de relatividades físicas. Para ella son como pequeñas luces tintineantes, leves humores erguidos. Hay que cuidarlas, se dice como la amante ciega que no ve el daño que provoca el amado, que por desconocimiento y torpeza, la trata con severidad y desprecio. Cuánto afán en mimar, qué poco reconocimiento. En todos estos años sólo unas pocas quejas en forma de sacudidas y lavas de hartura y desasosiego; nada importante si tenemos en cuenta el saldo deudor con la tierra. Aún con todo no cesa. Ínsula, comienzo y fin.

@cesarmg78