X
domingo cristiano >

José, el de Jesús – Por Carmelo J. Pérez Hernández

   

Hace falta más gente como José, el de Jesús. José es un hombre de altas miras. Por eso no ha pasado a la Historia como el cornudo de oro, sino como un molde sobre el que cocer a fuego lento a los mejores creyentes. La iconografía más clásica no le ha hecho justicia al bueno de José, el de Jesús. La mayoría de veces lo ha retratado con cara de pocas luces, como ido, así como si le hubiera hecho daño algo que ha comido o fuese necesario cambiarle la medicación. Es una opinión. Me pasa lo mismo con Juan el apóstol y con Sebastián el mártir. Como flojitos, débiles, suaves… por decirlo de un modo cortés. Y no destacaría yo de José la humildad, ni la paciencia, ni la cachaza, argumentos clásicos para subirlo a los escaparates. Yo recalcaría su capacidad para ver más allá de lo que acontece. Sus altas miras son su secreto.

Cuando María apareció con aquello del niño y del Espíritu Santo, José se jugó a una carta su vida entera. Cuenta la tradición y nos deja entrever la Escritura que decidió esperar, que dedicó tiempo a ver donde otros no veían nada. A buscar más hondo donde otros habrían encontrado motivos sobrados para quedarse en la superficie. Decidió esperar para llegar a entender.

Nos falta eso. Las consolaciones y las desolaciones diarias nos tienen a todos como columpiados al esquizofrénico ritmo de las mareas emocionales. Hoy somos todo y mañana nos sentimos nada. Y, lo que es peor, hoy lo esperamos todo de todos y mañana no confiamos en nadie y en nada. Somos una montaña rusa, como personas y como sociedad, que ninguna empresa se atrevería a asegurar: a estas velocidades y sin reflexión, somos carne de accidente. Siniestro total, en ocasiones.

José, el de Jesús, no. Pareciera que el padre del Señor tenía experiencia en intuir la hondura de las cosas. No era su mundo la bucólica carpintería, probablemente inexistente, por otra parte. Su universo se cimentaba más bien en lo que una amiga psicóloga llama “los por dentro de las cosas”. Por eso no le fulminó el embarazo de su anhelada María. A muchos otros, una noticia así les habría exterminado, habría arrasado su capacidad para seguir viviendo. Pero José miró alto, que es lo mismo que mirar hondo. Por eso aceptó el envite de cuidar al crío de otro, al que hizo suyo. Y le dejó recostar la cabeza en su hombro, sabedor de que llegaría un día en el que sería él quien reposaría en su paz.

¿Hoy me toca ser poeta? ¡Qué va! Ya me gustaría a mí saber escribir la vida como la cantan los que saben contarla. Es sólo que entre tantos andares sin sentido, los míos y los ajenos, me he puesto a pensar en José, el de Jesús, y me ha conmovido esa forma de vivir creyendo, de creer viviendo. Y es también que aquí está la Semana Santa, y que las altas miras y las miradas profundas son la única manera de salvar estos días santos. Mirar y esperar.

@karmelojph