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Más espaguetis y pizza; es la guerra – Por Miguel L. Tejera Jordán

   

Ha dicho Felipe González que el modelo parlamentario español se aproxima al de Italia, pero sin italianos. Y lleva razón. Aunque percibo cierta amargura en sus palabras. Lo que no debe extrañarnos del hombre que gobernó España, con más aciertos que errores, pero con mano de hierro y sin darle tregua ni cuartel a su oposición de entonces. No seremos italianos, todavía. Pero si le arreamos a los espaguetis y a la pizza, a lo mejor terminamos por acostumbrarnos no sólo a la pasta, sino a los gobiernos de coalición que han administrado Italia, también con más aciertos que errores, desde el final de la II Guerra Mundial hasta nuestros días. Ya ven: ahí siguen, vivitos y coleando. Los gobiernos de coalición, que es a lo que vamos, tienen sus inconvenientes y sus ventajas, como todas las cosas de este mundo. El principal inconveniente es que derivan en bastante inestabilidad y en cambios frecuentes de gabinete. Bueno, ya era hora de que nuestros políticos también probaran las “excelencias” de los contratos de trabajo temporal… y sepan que no están los tiempos para eternizarse en las poltronas. Por otra parte, tales gobiernos presentan numerosas ventajas. Utilizaré un ejemplo: el salón en que se reúnen los consejos de ministros funciona ahora mismo como una cocina y comedor a la vez. Cocina, porque allí se cuecen los ingredientes de la política nacional. Y comedor, porque los comensales se zampan el menú sin contar más que con ellos mismos. Mariano elije carne o pescado y todo el mundo tiene que entrar por el aro. En adelante, habrá que separar la cocina del comedor. El salón-comedor será sede de las reuniones de los consejos de ministros y allí imperará el menú publicado cada día en el Boletín Oficial del Estado, el famoso BOE, que está a la vista y nos afecta por escrito a todos. Pero será en la cocina donde ardan todos los fuegos y se salpimenten y condimenten los distintos platos, que habrán de ser del gusto de los socios del pacto porque, si no es así, si no hay un menú que agrade a todos, pues una de dos: o se reinventan las recetas a cada instante, aportando unos y otros tales y cuales sales y tales y cuales pimientas, o se les rompe el plato en las narices. No habrá menú para el consejo de ministros, habrá que cerrar el chiringuito y recomponer el equipo de cocineros. Y a lo mejor el chef no será Mariano, que es lo bueno del sistema, que no se sabe bien por dónde nos puede saltar la liebre. En una cocina política de tres o más cocineros, o los platos guardan equilibrios exquisitos y sólidos, o se les rompe el invento. Pero no suena mal: en gobiernos de coalición, ¿quién fija el salario mínimo interprofesional?; ¿quién decide la reforma laboral? ¿Qué partidos apoyan tal o cual sistema educativo o leyes del aborto? ¿Cómo fijarán la revalorización de las pensiones? ¿Cómo combatirán la corrupción que nos azota? Pues está claro: o sacan leyes de consenso en todo o casi todo, o se estallan como una pita. Y estallarse como pitas significa recomponer sucesivos gobiernos y, en el peor de los casos, recurrir a nuevos procesos electorales, agotadores y costosos, pero a los cuales nos acostumbraremos como se acostumbraron los italianos. Y tal vez esto mismo sea lo bueno para España: terminar, aunque sea por veinte años, con el tedioso y sinvergüenzón bipartidismo que nos ha sorbido el seso, comido hasta los tuétanos y podrido como se pudre el estiércol que se le echa a la platanera. Otrosí: prometí a unos amigos de Buenavista que un día escribiría sobre diversión y ruidos. Sobre juergas y bailoteos y decibelios; sobre el derecho a la fiesta y también a la protección de la salud de las personas, para que no nos estallen los tímpanos en nuestras orejas cuando a algún desquiciadillo le da por manipular el volumen de la música al punto de llevar al otorrinolaringólogo a toda la concurrencia. Pero será en otra ocasión, más adelante.