Una tragedia aérea con 149 vÃctimas y un aparente verdugo estremece a Europa. La tragedia espantosa del Germanwings conmueve al mundo por razones que van mucho más allá del número de vÃctimas. La causa tiene que ver con el zarpazo salvaje de la muerte a 149 inocentes atrapados en la demencia de quien aparentemente les obligó a cruzar con él la lÃnea que separa la vida de la ausencia absoluta de esperanza. Pero también con la conmoción que se deriva inevitablemente de cualquier accidente de aviación, sean cuales sean los errores que se asocian en cadena para que finalmente se produzcan.
En Canarias, esa conmoción siempre se dispara en extradosis. Primero por razones de inevitabilidad: puedes temer el avión, odiarlo, despreciarlo… Pero nunca evitarlo. Porque el avión es parte indisociable de la condición de los canarios. La única herramienta capaz de romper las barreras de la insularidad, la fragmentación y la lejanÃa. La segunda razón es más dolorosa. El avión trae a los canarios libertad, progreso, turismo, economÃa… El avión nos da alas. Pero también las ha cortado abruptamente a las vÃctimas de los accidentes que han golpeado a Canarias a lo largo de la historia. Una combinación de maldad humana y de fatalidades dejó en Los Rodeos hace muchos años como penoso récord el siniestro aéreo con más vÃctimas de la historia de la aviación. Más recientemente, el mazazo brutal de la muerte cayó sobre decenas de canarios en un arroyo del aeropuerto de Barajas. Casi siete años después, el recuerdo de la tragedia del JK5022 todavÃa nos deja sin aliento.
Estos dÃas, especialmente cuando era todavÃa un misterio la génesis del drama del Germanwings, la sociedad española ha vuelto momentáneamente la mirada hacia quienes soportaron la tragedia del JK5022. Somos una sociedad olvidadiza. SÃ. Cuando se precipita un drama y el dolor de otros parece que desgarra el aire, toda España llora las mismas lágrimas que se despeñan por las mejillas de las vÃctimas. Todo el paÃs acusa el impacto, el dolor, la conmoción, también la rabia y la impotencia cuando empiezan a emerger los indicios de todo aquello que pudo haberse hecho y no se hizo para evitar desastres tan horribles. Y lamentablemente suele ser una larga letanÃa de indolencias, indiferencias o incompetencias. Pero luego, cuando los focos de las televisiones se apagan y empieza a desvanecerse el interés mediático, comienza para todas esas familias el camino de una soledad tan descarnada, abrupta y salvaje como las montañas que se adueñan estos dÃas de los sueños rotos de los pasajeros del Germanwings.
A propósito de la tragedia de los Alpes, España ha vuelto a mirar por un segundo hacia el dolor infinito de los familiares del JK5022. Porque, en medio de la ansiedad colectiva ante el caso de Los Alpes, parecemos necesitados de volver a escuchar testimonios desgarrados de gente que ya pasó por ese infierno: el infierno del no saber, la tortura de ver pasar las horas sin que nadie acabe de aclararte si tu hijo, tu hermano o tu nieto llegaron a embarcar en ese avión; el calvario imposible de enfrentarte a la especulación sobre la suerte de los tuyos.
Es una gran injusticia que, pese a esta recuperación momentánea de la memoria, sigamos olvidando que si España tiene hoy un protocolo de asistencia a las vÃctimas de las tragedias aéreas (aplicado por cierto a trancas y barrancas), no es porque se redactara ‘con’ las familias del JK5022, sino GRACIAS a esas familias. Lo es también que hayamos mirado para otro lado cuando estos ciudadanos, por si no era suficiente la catástrofe que les tocó vivir, pasaron en los tribunales de vÃctimas a verdugos, convertidos en el colmo del surrealismo patrio en querellados por presuntos delitos contra el honor y la propia imagen. Pero sobre todo, es una injusticia colosal que hayamos ignorado casi por completo que, muy a su pesar, estas personas han tenido que convertirse en especialistas en aviación y derechos de las vÃctimas para impedir que el rodillo del olvido y el carpetazo de la Justicia española a su caso en la vÃa penal mate por segunda vez a sus seres queridos.
Muy injusto y además suicida. Porque todo aquello que no se corrija hoy, con toda seguridad volverá a ser en el futuro el germen de un millón de lágrimas.