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El misterio de las garrafas

   

Cada pueblo, cada comarca, cada casa y, apretando todavía más el zoom, cada cual, cobija en la más estricta intimidad costumbres que pueden resultarnos escandalosas en el primer golpe de vista. Una de estas costumbres la podemos observar sin pagar entrada en lugares apartados de nuestra geografía isleña o en los barrios que se encaraman por esas laderas salpicadas de casas que parecen robadas a un cuadro de Jorge Oramas o de Santiago Santana, los pintores indigenistas que engrandecieron la belleza de los arrabales poblados de palomas. Este uso de reciente sello se utiliza para espantar a los perros de los alrededores de una manera que clama al cielo y que merece ser escuchado desde los diversos estamentos de nuestra sociedad; la pena es que las garrafas no nos liberen de los molestos ladridos que a toda hora adornan nuestras calles y pisotean el derecho al descanso, algo que ya ha sido contemplado por normativas municipales que están a punto de salir del papel para acallar a los canes que malcrían sus dueños.

Los perros no solo ladran y colorean tiernamente las aceras sino que levantan la pata cuando les da, para eso son perritos, y es justo para evitar esta molesta costumbre canina por lo que se ha diseñado no sé en qué laboratorio clandestino esta barata estrategia de poner al pie de las fachadas garrafas llenas de agua. Sabemos que Iker Jiménez y Miguel Blanco, dos eminentes especialistas del misterio, ya tienen en su agenda de programas de investigación un espacio destacado para poner fin a este enigma que destaca de forma sorprendente en el municipio de Buenavista del Norte. Lo que sí sé, y no tengo que decir quién me lo dijo, es que pronto se desplazará a Tenerife un grupo de científicos y naturalistas que quiere contribuir, junto a Iker Jiménez y a Miguel Blanco, a zanjar antes del verano, y si se puede antes de las elecciones de mayo, el tema de las garrafas de agua para espantar a perros meones. No sabemos si el programa de trabajo de este grupo de científicos será un experimento con el que se pueden alcanzar contrastados resultados de alta precisión, o se trata de una toma de muestras para posteriores conclusiones que alejen la superstición como recurso desesperado ante la levantada de patas. La realidad está ahí fuera y cada vez son más las garrafas llenas de agua que protegen el perímetro de los edificios y las casas terreras, una medida de una eficacia comprobada porque de otra manera no se explica que, sin salir de la isla, se pueda observar en gran número de municipios garrafas de cinco y ocho litros al pie de las viviendas. Aunque también sé -y esto es una primicia digna del New York Times- que también se usa en estos menesteres la colonia baratera a granel, que con unas gotitas el perro no levanta la pata en esa esquina y sigue de largo bien perfumado. Y lo más inquietante es que ni Podemos, ni el PP ni otras fuerzas políticas, han hecho hueco en sus programas electoreros para ocuparse de un problema como el de las garrafas de agua que está a punto, junto con el REF, de sentarse en los mullidos y tibios asientos del Parlamento europeo para exigir cuanto antes una solución. Una solución que puede pasar por hacer un sesudo informe que recoja conclusiones definitivas sobre el asunto de las garrafas de agua, muy usadas en los terreros de lucha, y las posibles repercusiones en el sector turístico. Porque, qué duda cabe, los turistas que nos visitan se fijan en todo, se llevan las fotos en la mochila para, más tarde, desplegarlas en las redes sociales y no hay necesidad que por unas garrafas saltemos a las primeras páginas de la prensa internacional o hagamos tambalear los cimientos del sector terciario de la economía floreciente de Canarias.