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por qué no me callo>

Mujeres – Por Carmelo Rivero

   

Las mujeres son, de pronto, reclutadas por algunos gobiernos para asuntos de Estado. Llama la atención que señalen con preferencia a las amas de casa para el aggiornamento de los servicios secretos británicos y que en Grecia se les requiera para perseguir el fraude fiscal en los restaurantes de modo subrepticio. El último caso de ébola en Liberia es una mujer. Viva. Las mujeres, provisoras de vida por naturaleza, dan a la muerte más de un esquinazo célebre en situaciones límite, cuando no se apuntan, por la misma regla de tres, a morir en paz con el amante (de Teruel) de un modo lírico. Aida, en el Auditorio, este sábado, era de esa clase de mujer dispuesta a batirse en retirada por amor junto a Radamés enterrado vivo. Beatrice se llama la superviviente del virus que dio plantón a Hades en Monrovia, y con ella su país se declara libre de la epidemia en una región infectada hace más de un año por un niño que jugaba con murciélagos cerca de su casa. El ébola es también una ópera de Verdi, una historia de héroes y heroínas al borde de la muerte. En este brote masivo hemos visto morir a sacerdotes españoles repatriados a Madrid y sobrevivir, en cambio, a enfermeras africanas que se quedaron aisladas en los barracones de su aldea. El virus se cebó en los médicos y sanitarios como una bomba destruyendo un ejército. Fue una guerra de nervios aquella, cuando el ébola arribó un día a Madrid y contagió a todo el país de una misma histeria colectiva, hasta que Teresa Romero, la Beatrice del caso español, salió de la cuarentena y los demonios familiares se volvieron a sus cuarteles de infierno con las manos vacías. Cuando el ébola y el euro en horas bajas coincidieron en escena, diezmando las economías de Europa, el coco Grecia era como Liberia o Guinea Conakry, y allí parecía que iban a morir todas las esperanzas como en una pandemia. España salió sin rescate, como si lo hubiera hecho sin cuarentena, y ahora Grecia -este lunes- presenta su plan de choque a Bruselas a cambio de que le trasfundan liquidez. Está enfermo: el Estado en estado postraumático. Varufakis tiene ese rostro ido de los pacientes de estancia prolongada que pasean en bata por los hospitales, y como ministro heleno de Finanzas va pidiendo sangre con el suero a rastras. Draghi es dios con la manguera en la mano, y hoy mismo empieza a regar con miles de millones de euros los secadales de la eurozona. La compra masiva de bonos (QE) no incluye aún a Grecia, pero nadie teme ya su marcha del euro (Grexit), aunque hablemos de la cuna de la tragedia, y fuera, en cuyo caso, un drama machista de un gobierno misógino (la canción del macho cabrío, como hace dos milenios), más propio de los años 30, cuando las sufragistas se estrenaban. Grecia todavía está lejos y sin mujeres en el gobierno a las que felicitar ayer.