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Personas inútiles – Por Saray Encinoso

   

Casi cinco millones de parados solo en España, muchos mayores de 45 años y con escasas posibilidades de reciclarse. El escenario actual no pinta nada bien, pero, ¿y si el incremento de esa estadística fuera irremediable? ¿Si nos estuviéramos volviendo inútiles? ¿Pero eternamente inútiles?

La idea no es absurda, al menos no para todo el mundo. La planteaba el domingo pasado el historiador israelí Yuval Harari en una entrevista publicada en las páginas del diario El Mundo. “El mayor peligro es que la mayoría de nosotros dejará de tener utilidad. Si en la revolución industrial del siglo XIX se creó la clase de los proletarios, ahora nacerá esta nueva y masiva clase (…). Se habla mucho de desempleo, pero de aquí a 50 o 100 años la mayoría de las personas no trabajarán”. En Historia del mañana, el libro que acaba de publicar en Israel, Harari plantea, además, que los cambios genéticos futuros y los avances tecnológicos nos abocarán a abordar el desafío de la vida eterna.

“La élite científica y académica trabaja en ello. Acabo de regresar de Silicon Valley y allí todos hablan de la vida eterna, pero no como ciencia ficción, sino como algo serio. Aunque no lo consigan, cambia la concepción que tenemos de la muerte, que siempre fue analizada desde el punto de vista metafísico. Hoy se considera un problema técnico. Si alguien muere es porque tuvo cáncer, un ataque al corazón… La idea es que todo problema técnico tiene solución técnica. Quizá no la encontremos en los próximos 50 años, pero dejó de ser un asunto divino y sobrenatural”.

Los historiadores suelen actuar como videntes rigurosos: usan sus conocimientos sobre el pasado y el presente para hacer proyecciones a medio y largo plazo. Quién sabe qué ocurrirá con los vaticinios de Harari, pero no deja de sorprenderme que en Jerusalén, el corazón de Israel, que es también el de Palestina, a casi 3.000 kilómetros de Damasco, la capital de un país donde han sido secuestradas cientos de personas a manos de una organización islamista radical como el Estado Islámico, alguien nos proponga imaginarnos un mundo en el que no se muere. Desaparecería la idea de la vida después de la muerte y no habría paraíso al que aferrarse; es decir, religiones como el cristianismo y el islam se colapsarían, pero seguramente no dejarían de existir. La fuerza emocional seguiría siendo tan fuerte como ahora y las pruebas no harían que los adeptos cambiaran de parecer. Porque “Dios murió, pero se tarda mucho en desprenderse del cadáver”.

@sarayencinoso